Ricardo Raphael escribió un acertado retrato sobre los mirreyes mexicanos. Los hijos de políticos o empresarios millonarios que presumen a billetazos su forma de vida. Son la cúspide de la frivolidad, pero son admirados por una parte de la sociedad que considera que el valor de una persona es lo que tiene en su cuenta de banco. A esa realidad de mirreyes desacomplejados, ahora hay que añadir la viralización de las redes sociales. Los mirreyes que ya no sólo se prodigan en los antros o en centros comerciales, sino que se muestran al mundo a través de Tik Tok, Instagram o You Tube. Eso es el tal Fofo Márquez: la generación mirrey 2.0.
Fofo Márquez es famoso y sus videos tienen miles y miles de reproducciones. No importa si sale de fiesta con su “team” o si explica su relación con la novia de un rapero. No importa si da consejos sobre cómo vivir y por qué la vida es corta y hay que disfrutarla. Su última bufonada fue cerrar Lázaro Cárdenas a la altura del Puente Matute Remus. Con el objetivo de demostrar lo que la riqueza puede conseguir. Es el poder de ponerse por encima de las leyes, la sociedad y el Estado.
Hay quien ha querido ver en la impunidad con la que actúa este influencer un problema exclusivo de autoridades rebasadas. Sin duda hay algo de eso. Nuestra policía vial es incapaz de evitar el caos urbano de cada día, imaginemos andar persiguiendo a ocurrentes por las calles. Sin embargo, ojalá sólo fuera eso. Habría una vía clara de salida. Lo conflictivo del caso es que estamos hablando de una tendencia global que es mucha más poderosa que la ineptitud de las autoridades viales. La capacidad de las redes sociales para premiar lo disruptivo, lo ilegal, lo morboso, lo excéntrico, lo humillante, lo ofensivo. No sé si me estoy volviendo conservador, pero cada día veo con más escepticismo las bondades de las redes sociales para el mundo en el que vivimos.
En agosto de 2021, tres influencers humillaron a un migrante ofreciéndole 500 pesos si se dejaba tocar los genitales. En septiembre de 2020, un influencer grabó cómo se divertía jugando arrancones en las calles de Zapopan. No son casos aislados, sino comportamientos que se han ido generalizando. El problema de las redes sociales es que incentivan la transgresión. Está en su modelo de negocio. Y detrás de estos famosos se encuentran audiencias amplísimas que consideran que el poder es aquello que nos permite violar los consensos sociales. Que alguien es poderoso si puede humillar a un débil, comprar a una mujer o acelerar para vivir como si no hubiera mañana. Las redes, y sobre todo el Instagram, es un compendio de felizología que equipara el éxito y la felicidad al desenfreno.
Los medios de comunicación también tienen responsabilidad en el encumbramiento de este tipo de personajes. El Fofo va por la vida dando entrevistas y llamándose “estrella”. Los programas de revista, que tienen máxima audiencia, se interesan por su vida y convierten a un tipo detestable en alguien digno de ser admirado. Un hijo de millonario que vive despilfarrando y rindiendo culto al dinero en un ocurrente y divertido personaje. La tiranía del clic provoca que los medios tradicionales también caigan en la frivolidad para obtener tráfico y vender.
En los casos anteriores, los influencers han sido detenidos. En esta ocasión, si el Fofo pisa territorio jalisciense tendría que ser llevado a declarar. Hace falta modernizar el marco normativo para evitar que estos influencers se pongan por encima de la ley y lucren con su capacidad para humillar. Los gobiernos de Enrique Alfaro y de Pablo Lemus deben responder con firmeza porque nada es más preocupante que una administración que luce impotente frente a estas provocaciones. No obstante, el asunto es de fondo: cuándo seremos críticos de las mierdas que se consumen en redes sociales. Necesitamos una ética distinta de lo que consumimos y lo que nos divierte. Una crítica a la proliferación de una cultura de la banalidad, el materialismo y la vacuidad. Estas grandes tendencias aunadas al auge de la “autoayuda” y la literatura basura, han generado una mentalidad social que considera que la ética ya no juega un rol preponderante en nuestras vidas. Hagamos todo “porque lo merecemos”. Critiquemos a la autoridad con severidad, pero no olvidemos que habitamos una sociedad y un tiempo que está haciendo de los “Fofos” modelos a seguir.
Enrique Toussaint