Cultura

Falsificación de la hombría

ALFREDO SAN JUAN
ALFREDO SAN JUAN

La semana pasada el Festival del Libro y de la Rosa me invitó a participar en la mesa redonda “Masculinidades: escritura y autocensura”, donde leí estas líneas: 

En Estados Unidos, la doctrina de la corrección política está cometiendo graves abusos de poder cultural. Uno de ellos es restringir o amenazar la libertad de expresión de algunos escritores que temen ser tachados de misóginos o machistas si trasgreden la nueva moral puritana. Algunos alzan la voz para denunciar esta oleada de intolerancia y otros sucumben a ella presionados por sus editores, que ya están imitando a los viejos censores del Vaticano. Defienden así los intereses de sus empresas, pues un autor estigmatizado por el feminismo prohibicionista se arriesga a perder la mitad de su público. Por fortuna, también existe un feminismo libertario, cuyo espíritu anima este festival, como he podido comprobarlo al revisar su programa de eventos. Celebro que muchas escritoras inteligentes se opongan a la censura de cualquier signo ideológico, pues las prohibiciones dejan intactos los problemas que buscan erradicar. Si en el futuro cercano la nueva inquisición expurgara hasta el último vestigio de machismo en los libros antiguos y modernos, lograría imponer quizá un código de buenos modales, pero dejaría intacta la prepotencia masculina, de un modo similar a lo que ocurre con el uso del lenguaje inclusivo por parte de académicos y políticos. 

Quienes amordazan al varón con el noble propósito de reeducarlo identifican mecánicamente al autor de una ficción con su protagonista, en busca de claves para descubrir a un enemigo embozado. No puede haber actividad más estéril, pues la ficción es una fiesta de disfraces donde sale mejor librado quien logra crear personajes que se independizan de su creador. En cuanto al campo nudista de la autoficción, hoy en día muy en boga, los pudores de un escritor sólo pueden empobrecerlo. Cuando un macho irredento se autorretrata con descaro absoluto, como Henry Miller en casi todas sus obras, las mujeres obtienen un profundo conocimiento del falocentrismo que no les daría ningún escritor temeroso de ofenderlas. Por fortuna, el índex de las universidades yanquis nunca mellará el filo crítico de la literatura y su capacidad de revelar verdades incómodas: sólo está produciendo un adefesio similar al realismo socialista en tiempos de Stalin. 

El feminismo ha desarrollado en cambio un concepto que sí es compatible con la curiosidad literaria: la redefinición de la masculinidad. Comparto esa inquietud con muchas escritoras, pues siempre me ha parecido que el carácter machista es una impostura prefabricada, o una sobreactuación de la hombría, determinada en gran medida por valores culturales que pueden y deben cambiar. Los países de habla hispana están llenos de varones hombrunos con una personalidad contrahecha. Su antítesis defensiva, el joteo de las locas, tiende a subrayar el carácter histriónico de esa falsificación. Someterla a un detector de mentiras es una tarea necesaria y urgente, sobre todo en México, donde la criminalidad impune ha exacerbado en las últimas décadas una patología que arrastramos desde tiempos de los aztecas. No sólo es importante retratarla bien, sino desentrañar lo que oculta, pues mientras persista ese modelo de virilidad, seguiremos hundidos en la barbarie. 

Las principales víctimas del machismo son las mujeres, pero un tratamiento literario del tema no puede olvidar que el machismo destruye también a los propios varones. Su efecto más nocivo es el freno emocional que les impide entregarse a sus parejas. La plenitud amorosa es inalcanzable sin una importante pérdida de albedrío, pero los machos atrabiliarios temen rebajarse a la categoría de peleles o mandilones si aceptan el equilibrio de poderes con sus antiguas subordinadas. En la exploración de ese conflicto, el ánima y el ánimus de la psicología junguiana, es decir, el componente masculino de la personalidad femenina y la mujer que el varón lleva dentro, deberían aflorar con más libertad. 

Una literatura fiel a las intuiciones y a la observación de la conducta, que trascienda los esquemas ideológicos y refleje los claroscuros de la existencia, puede sacarle un gran fruto al choque provocado por la novedad histórica de la emancipación femenina, y la resistencia del varón a aceptarla con todas sus consecuencias. ¿Cómo repercute en la vida privada la exigencia de igualdad que el feminismo ha puesto en el tablero de las relaciones amorosas?  La renuncia a cualquier intención de adoctrinamiento es la premisa básica para sacarle provecho a ese gran tema de nuestro tiempo.  Alcanzar un alto grado de empatía con la otredad genérica sería quizá la clave para escapar de corsés teóricos incapaces de reflejar la complejidad de la vida.


Google news logo
Síguenos en
Enrique Serna
  • Enrique Serna
  • Escritor. Estudió Letras Hispánicas en la UNAM. Ha publicado las novelas Señorita México, Uno soñaba que era rey, El seductor de la patria (Premio Mazatlán de Literatura), El vendedor de silencio y Lealtad al fantasma, entre otras. Publica su columna Con pelos y señales los viernes cada 15 días.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.