Luis M. Morales
Con la significativa ausencia de Delfina Gómez, la impresentable secretaria de Educación que retuvo durante varios años el 10 por ciento de su salario a los empleados públicos de Texcoco, para financiar campañas de Morena, el gobierno anunció el martes pasado un descabellado Proyecto de Nuevos Planes y Programas de Estudios para Educación Básica. Marx Arriaga, el Director de Materiales Educativos de la SEP, exhumó en su discurso los lugares comunes más rancios del marxismo-leninismo. Arriaga no es un experto en pedagogía y sólo tiene un mérito para ocupar ese puesto: su amistad con la primera dama Beatriz Gutiérrez Müller. Los caprichos autoritarios son mucho más nocivos que la meritocracia. Encargar un proyecto tan ambicioso a un favorito de palacio intoxicado de ideología puede darle la puntilla a la escuela pública mexicana.
Según Arriaga, desde tiempos de Salinas de Gortari se implantó en México un avieso modelo educativo neoliberal que ha envenenado al pueblo, incitándolo a “competir en vez de compartir” y por lo tanto es necesario cambiarlo por otro modelo igualitario. En el futuro, la escuela estará integrada a su comunidad, los maestros no evaluarán a los alumnos, que se calificarán solos sin haber presentado exámenes, y los profesores tampoco estarán obligados a seguir estrictamente los programas de estudio. Con ello se busca “acabar con las pruebas estandarizadas que segregan a la sociedad” y demoler un sistema educativo “meritocrático, elitista, patriarcal y racista”.
En primer lugar, nunca hubo en México nada parecido a un modelo educativo neoliberal clasista y racista. Los gobiernos que privatizaron empresas públicas y apostaron a crear prosperidad eliminando trabas al libre mercado no fueron nefastos por su fidelidad a la doctrina Adam Smith, sino porque saquearon el erario a manos llenas, sobre todo los de Salinas y Peña, pero jamás inculcaron a los niños de primaria la veneración acrítica del capitalismo. Eso pudo suceder en el ITAM o en el Tec de Monterrey, no en las escuelas públicas de enseñanza básica. Pero si la idea del nuevo proyecto educativo es “recuperar la memoria histórica”, como pretende Arriaga, le recomiendo leer la Historia de las Indias de Nueva España de Fray Diego Durán, donde queda muy clara la fascinación ancestral de los mexicanos por el libre mercado: “Paréceme que si a una india tianguera acostumbrada a recorrer los mercados le dicen: mira, hoy es tianguis en tal parte, ¿qué escogerías? ¿Irte desde aquí al cielo o al mercado? Sospecho que diría: déjenme primero ver el mercado que luego iré al cielo”. El auge de la economía informal en los últimos 30 años dificultará más aún la tarea de erradicar una tradición tan longeva.
Desde la paideia griega, el ideal educativo de la civilización occidental ha sido crear individuos diferenciados con espíritu crítico. Individualismo no es sinónimo de egoísmo, pero como la retórica oficial tergiversa a su antojo el significado de las palabras, vale la pena recalcarlo. La comunidad no siempre favorece el surgimiento de individuos capaces y talentosos: a veces lo impide. ¿Cómo aprenderán los niños la teoría de la evolución de Darwin, si el maestro, con el aval de la comunidad y el pastor evangélico del pueblo, decide que esa patraña atea no les servirá de nada en su vida futura? La reforma anunciada quiere masificar a la población en vez de extraer el máximo potencial de cada alumno, un pecado mortal que tal vez lo apartaría del rebaño.
La educación pública adolece de graves defectos, entre muchos otros factores, porque los sindicatos venden plazas y los futuros maestros salen mal preparados de las normales. Nada se ha hecho para erradicar esa lacra, pues el actual gobierno hizo un pacto clientelar con las mafias del SNTE y la CNTE, para darles impunidad a cambio de votos. Las pequeñas comunidades rurales que Arriaga idealiza no son ya, por desgracia, un reducto de pureza donde prevalezca el amor al prójimo, pues el crimen organizado ha sembrado en ellas una discordia fratricida, y la descomposición social va en aumento, por la incapacidad de la 4T para recuperar esos territorios, idéntica a la que antes exhibieron los gobiernos del PAN y el PRI.
En el muy remoto caso de que este proyecto demagógico pudiera implementarse algún día, la consecuencia de constreñir los horizontes culturales de los niños a lo que sucede en su pueblo sería un mayor atraso y un recrudecimiento de su miseria. Si hoy en día es tan fácil acceder a la aldea global por medio del internet, ¿no deberían los maestros emplear esa herramienta para formar ciudadanos del mundo? Los niños pobres quieren aprender idiomas, conocer otros países, escapar de una circunstancia que los oprime. Encerrarlos en ella sólo beneficia a quien pretende adoctrinarlos con fines electorales.
Enrique Serna