Cultura

Camilla Townsend: rescate de la verdad

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Luis M. Morales

Mientras el presidente de México y los propagandistas de Vox, la nueva metástasis del fascismo español, utilizan la conmemoración de los 500 años de la conquista para reavivar odios raciales que el mestizaje casi había logrado extinguir, el rescate de la verdad histórica, pisoteada en ambas orillas del Atlántico, se ha vuelto más urgente que nunca. Sin proponérselo, Camilla Townsend nos ha dado un antídoto muy eficaz contra la manipulación ideológica de esta efeméride: El quinto sol: una historia diferente de los aztecas, recién publicada por Grano de Sal.

La obra de Townsend llena un importante vacío, pues deslinda la realidad de la ficción en las fuentes documentales, aclara las causas de los conflictos entre los señoríos del Anáhuac que se disputaron el poder durante los dos siglos previos a la conquista (la poligamia de los tlatoanis y los matrimonios de conveniencia entre distintos linajes suscitaban feroces pleitos entre medios hermanos, que muchas veces desembocaron en guerras) y destierra algunos mitos que hasta hoy parecían irrefutables, como por ejemplo, el supuesto encarcelamiento de Moctezuma poco después de haber recibido a los españoles, una de las muchas falacias contenidas en las Cartas de relación de Cortés.

A pesar de sus tímidos esbozos de historia novelada (sólo al principio de los capítulos, por fortuna) y de sus acrobacias retóricas para introducir con calzador una perspectiva feminista de la historia mexica, la obra de Townsend aporta nuevos matices para colorear la reconstrucción de nuestro pasado, sin caer en las simplificaciones de melodrama barato que profiere a diario el discípulo tabasqueño de Palillo. Un ejemplo de ellas: en su discurso del 13 de agosto, López Obrador dijo que Cortés “comenzó a convertir en esclavos a los indios”, pero Townsend nos recuerda que en tiempos de los mexicas se privaba de la libertad a los prisioneros y en Azcapotzalco había un próspero mercado de esclavos.

Entre los numerosos hallazgos de Quinto sol destaca una importante noticia biográfica sobre un personaje clave en la gestación de nuestra nacionalidad: el pintor Marcos Cipac o Marcos de Aquino, a quien los enemigos clericales del naciente culto guadalupano acusaron en 1556 de haber pintado la Virgen Morena. En aquellos años había en la Nueva España dos grupos sociales resentidos con la corona: los criollos, a quienes un edicto real había privado de su derecho a heredar las encomiendas, y los indios del valle de México, a quienes el visitador Jerónimo de Valderrama quiso imponer un tributo de 12 pesos al año. Desde los primeros años de la colonia, los indios de otras regiones ya pagaban un tributo igualmente leonino, pero hasta entonces, los albañiles y los artesanos de la capital, obligados a construir palacios e iglesias por un miserable jornal, habían estado exentos de pagar tributos al rey. En 1564, el nuevo apretón de tuercas decretado por Valderrama provocó una revuelta indígena, sofocada con rapidez, en que el pintor se distinguió por su bravura.

En las listas de los encarcelados por el ayuntamiento con motivo de las protestas figura un sujeto llamado Marcos Tlacuilo, que trabajaba para la orden franciscana: “probablemente la misma persona que se había hecho famosa por haber pintado la virgen de Guadalupe”, según Townsend. De modo que ese enigmático artista, quizá el más influyente de nuestra historia, cayó en prisión por negarse a pagar un tributo que lo condenaba a la esclavitud. En 1891, cuando el erudito Francisco del Paso y Troncoso publicó los alegatos a favor y en contra de la imagen guadalupana recogidos en un manuscrito de 1556, pidió que Marcos fuera reconocido en su justa valía. Con más razón deberíamos reconocer ahora sus méritos, pues sabemos ya que además de haber creado nuestra principal seña de identidad fue un precursor de la independencia.

He aquí un personaje en espera del novelista que pueda sacarle jugo. Gabriel Retes ya intentó hacerlo en Nuevo Mundo, una interesante película sobre la operación de sincretismo religioso que ayudó a evangelizar a los indios en el siglo XVI, censurada a finales de los 70 por Margarita López Portillo. Yo escribí su campaña publicitaria cuando era redactor en Procinemex, pero nunca llegó a exhibirse, por temor a despertar la ira de la Iglesia. La mitra apostólica sigue intimidando a las instituciones culturales, pero tal vez ahora exista un clima de mayor apertura para valorar el legado de nuestro primer pintor comprometido. Seguramente Diego Rivera y Siqueiros lo habrían incluido en sus murales de haber conocido la información que hoy tenemos sobre sus andanzas políticas. Desde otro punto de vista se le podría considerar pionero del arte conceptual, pues creó una obra indisociable de la argumentación milagrera que la acompaña.


Enrique Serna

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Enrique Serna
  • Enrique Serna
  • Escritor. Estudió Letras Hispánicas en la UNAM. Ha publicado las novelas Señorita México, Uno soñaba que era rey, El seductor de la patria (Premio Mazatlán de Literatura), El vendedor de silencio y Lealtad al fantasma, entre otras. Publica su columna Con pelos y señales los viernes cada 15 días.
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