Cultura

Amor mercenario

Luis Miguel Morales C.

A pesar de su creciente poderío, el feminismo no ha logrado inculcar sus ideales igualitarios a infinidad de jóvenes casaderas con un concepto utilitario del amor. Si les hablaran en su propio lenguaje quizá podrían catequizarlas, pero el lenguaje inclusivo no sólo las separa de los varones: también divide a las mujeres en bandos antagónicos. Las cazadoras de solteros forrados de lana rechazan la igualdad entre los sexos porque las devalúa en el estira y afloja con sus pretendientes. No tienen empacho en depender del varón, siempre y cuando sea un partidazo, pues nada las halaga más que sentirse un codiciado trofeo. Educadas desde niñas para conquistar a un espléndido proveedor, rechazan con desprecio a cualquier galán que les proponga pagar los gastos de la casa a partes iguales.

Entre las modernas propagandistas del amor mercenario destacan dos guapas instructoras de alpinismo social, con millones de seguidoras en YouTube: la inglesa Anna Bey y la mexicana Tania Lucely. Los juniors del mundo entero deberían ver sus programas, para entender mejor las tácticas del enemigo. Lucely, por ejemplo, se opone a los noviazgos largos, por considerarlos una mala inversión de tiempo. En su opinión el amor libre es una trampa inaceptable para cualquier chica segura de su valía. Si el galán quiere azul celeste, que se apresure a entregar el anillo de compromiso, a más tardar en la tercera cita, o a volar, palomo. Más remilgada, Bey da clases de buenos modales y advierte a sus pupilas que la obsesión por las prendas de marca es un rasgo distintivo de los advenedizos o de los simuladores, pues el dinero viejo más bien tiende a la discreción.

Un reciente documental de Netflix, El estafador de Tinder, revela que el pragmatismo sentimental de las mujeres ávidas de estatus alebresta el rencor machista y la astucia de los donjuanes rapaces. Las protagonistas del documental aspiraban a contraer un matrimonio ventajoso y cantaron victoria cuando empezó a cortejarlas por Tinder el joven israelí Simon Leviev, un apuesto junior que viajaba en jet privado, vestía como un figurín de Gentlemen’s Quarterly, pernoctaba en hoteles de cinco estrellas y se ufanaba ser el único heredero de un emporio dedicado a la extracción y venta de diamantes. Enternecidas por sus promesas de matrimonio, las tres damiselas accedieron a prestarle fuertes cantidades cuando él les hizo creer que el fisco había congelado sus tarjetas por un litigio sin importancia. Con el dinero robado a cada mujer, Simon financiaba el costoso teatro para deslumbrar a la siguiente víctima. Hijo de una familia pobre de Tel Aviv, quizá montó ese tinglado para vengarse de los desdenes que padeció en las lides de Venus cuando era un muchacho prángana.

Ni el amor más puro está libre de sentimientos egoístas. Condenar moralmente a las cazafortunas y a los padrotes significa renunciar a comprenderlos. Lo interesante sería desmenuzar la compleja maraña de sentimientos que rigen su conducta. Enamorarse de la riqueza y de quien la posee no es necesariamente una impostura o una falsedad: millones de personas no pueden disociar al ser amado de su posición en la escala social, pues como dice el proverbio chino: “cuando la pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventana”. Al contraponer la inocencia con la maldad absoluta, el melodrama barato falsea la naturaleza humana, pero los novelistas que buscan la verdad sin cortapisas moralizantes tienen más oportunidades de encontrarla por debajo de las apariencias.

El mejor retrato del amor mercenario que me ha tocado leer es un episodio de Moll Flanders, la gran novela de Daniel Defoe, el fundador del género en lengua inglesa. Su protagonista, una mujer burlada en su juventud por un seductor sin escrúpulos, inicia una carrera de mujer fatal que la condena a oscilar entre la prosperidad y la delincuencia, entre el decoro hogareño y la prostitución callejera. A los cuarenta años, guapa todavía y dispuesta a pescar a un millonario, Moll se hace pasar por una señora de alta sociedad y conoce a James, un banquero irlandés que le propone matrimonio. Ambos se enamoran de verdad y desde la noche de bodas en Lancashire tienen una química sexual formidable. Pero en plena luna de miel, James intenta sacarle dinero a Moll, y ella descubre, atónita, que se ha casado con un impostor atraído por su falso estatus de ricachona. Ambos se quitan la máscara y con profundo pesar tienen que separarse para seguir buscando el sustento a costa de otra pareja. Más que retratar un amor envilecido por la estafa, Defoe rescata del fango la recóndita nobleza de los canallas. Iban en busca de seguridad económica y se toparon por accidente con el gran amor de sus vidas. ¿Cuántas parejas felices recordarán con nostalgia el turbio móvil que las unió?

Enrique Serna

Google news logo
Síguenos en
Enrique Serna
  • Enrique Serna
  • Escritor. Estudió Letras Hispánicas en la UNAM. Ha publicado las novelas Señorita México, Uno soñaba que era rey, El seductor de la patria (Premio Mazatlán de Literatura), El vendedor de silencio y Lealtad al fantasma, entre otras. Publica su columna Con pelos y señales los viernes cada 15 días.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.