Sociedad

Sírvame cuatro, para empezar

Le tocó un vagón del Metro con obesos en abundancia, y Juanín sudó la gota gorda prensado entre tanto peso pesado. Además, el trayecto demoró más tiempo que de costumbre. Había oscurecido cuando salió de la estación para abordar la pecerda y el apetito lo remitió a la imagen del puesto de tacos del Paisa, laborando entre las nubes que despedía la cabeza de res que se cocía al vapor.

—Haré una parada estratégica —pensó saboreando ya su pedido—. De vez en cuando hay que darle al cuerpo lo que merece, y éste se merece 10 taquitos. Ni uno más o me desparramo como los que me apachurraban en el vagón. Sudaban manteca, los desgraciados.

Juanín no creía en la buena suerte, pero él taquero sí. Para Juanín el asunto era darle de comer a la solitaria, a la insaciable que le provocaba la sensación de oquedad en el estómago para que apresurara el paso, se plantará ante el puesto y pidiera cuatro de cachete, para empezar; luego tres de sesos y otro tanto de lengua.

—Con cebolla y cilantro, por favor. Yo le pongo la salsa— decía, y era vasta la cantidad, porque si algo allega clientes al taquero es la calidad de ese aderezo, la exacta dosificación de ingredientes: ajo, sal, cebolla, cilantro, jitomate o tomatillo y chile verde o de árbol, que no tienen competencia en el rumbo.

El taquero se hizo a la idea de que ese clientede melena hasta la cintura le atraía buena suerte

—Ya hacía rato que no venías, Juanín. Le pregunté a tus camaradas y no supieron dar razón de ti…

—Quise probar suerte en el gabacho, don, pero de Tijuas nomás no pasé. De lo que fuera me alquilé y luego me mensajearon que mi jefita andaba enferma, y mejor vas p´atrás...

Resulta que Juanín llegaba a pedir sus tacos cuando ni una mosca siquiera aterrizaba en el local, y cuando apenas estaba en el primer mordisco la gente se arrimaba; el taquero se hizo a la idea de que ese cliente de melena hasta las cintura y bigotes y barba al estilo D’Artagnan, le atraía buena suerte. 

Decidió no cobrarle los tacos, luego de comentarle su creencia. Juanín se hizo el retobón: 

—¡N’hombre, cómo crees que te voy a gorrear Paisa! Si de eso vives: es pura chiripada o coincidencia que detrás de mí llegue la clientela; la gente le cae adonde está el sazón, la carne al tiro, los chiles manzanos desflemados con jugo de limón y cebolla rebanada, y el suadero es tal y no suela de carnaza, ni las tortillas quebradizas que se trozan y van p’al suelo, dejando el cliente con la boca abierta. 

—Pues dirás misa —replicaba el michoacano—, pero cada que vienes me traes a la clientela, y eso se agradece; por ésta que sí —agregaba y besaba la señal de la cruz que formaba con los dedos de la diestra.

Y bueno: Juanín concluye que a quién le dan pan que llore y pide otra media docena de tacuches y como siempre se despacha salsa con singular alegría, pese a la advertencia de sus ocasionales acompañantes:

—No le pongas tanto chile, que el de atrás paga y luego anda uno arañando las paredes por el picor.

—¿Quién le dijo eso? Cuando el taquero es de verdad bien que le atina a las porciones y para nada causa molestias al sisirisco —replica convencido Juanín. _

* escritor. cronista de neza

Emiliano Pérez Cruz


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