Sociedad

¿Quién quiere hijos, tú quieres hijos?

Sí, Ava la Gorda es muy popular en el barrio. Vivía con su madre en la Mocte, pero la doña obtuvo un crédito para vivienda y con lo que en la city hubiera rentado un palomar de medio pelo y hacerse la interesante, acá compró una casa; comerciante tianguista de oficio, enseñó a Ava cómo valerse por sí misma desde siempre.

En plena edad de la punzada, Ava continuó la secundaria en su nuevo barrio. Conoció a Patotas y el fachendoso quedó atrapado por los ojazos café claro de la robusta chica, enmarcados por abundantes cejas y enormes pestañas. Un tiempo anduvieron de novicios de manita sudada, hasta que:

—Mira, Patotas: el año ya casi termina y quiero darte un regalito, no vayas a decirme que no lo aceptas porque “mi-mamá-me-regaña”: muy endejo si le dices; sé que de nalga fácil no me baja ella, pero como me dice la Lencha: a cojer y a chupar, que el mundo se va acabar.

—Tst, tst, serena morena: mejor en Navidá, ¿ya que falta? Nos echamos nuestro pozolito, conbebemos con la family, tú entregas las medias de lana que compraste para tu mamá, nos damos el abrazo con la bandota de tu casa y nos vamos a la mía: a mi moder le toca guardia en el hospital, ¡tenemos casa todita para nosotros! —justificó Patotas lo que en realidad era miedo, pues su mamá le advirtió: “Sigue metiendo a esa chamaca, te va a comprometer; júralo que te saco de la escuela y a trabajar, porque no voy a mantener a un par de güevones, todavía buenos para nada”.

Pero Ava era uña y mugre de Lencha, quien se decía muy enterada acerca “de lo que los papás hacen en las noches o cuando, sin que pidas, te dan para el cine y las palomitas con tal de tenerte fuera de casa”.

Un día, Lencha puso en sus manos aquella revista, con una advertencia: “Para cuando sepas que tu mamá estará mucho tiempo fuera de tu casa”. Ava se turbó, conturbó, sintió que los sentidos se le encrespaban y los pálpitos la sofocaban. “Qué bárbara esa Lencha”, dijeron entre dientes ella y Patotas, quien ocultó la revista en lo más profundo del su atiborrado clóset.

Recordó las pláticas con su madre acerca de la sexualidad, la función de los órganos genitales (“cuidado, porque ya somos muchos en este mundo sobrepoblado”), pero sin que mencionara algo acerca del erotismo, el placer y otras menudencias que Lencha se encargaba de comunicarle: “Tas tontita del cerebro si crees que nomás sirven para tener hijos. ¿Quién quiere hijos, tú quieres hijos? Mi mamá ya no quiere hijos, tu mamá tampoco quiere hijos, ¡yo cuantimenos quiero hijos!” Cuando platicaban con otras compañeras, se ufanaban de saberlo to-di-to acerca de las relaciones hombre-mujer.

***

—Hasta vas a morder calcetín, Patotas. Quesque todo se te hace fácil, ¡y luego resulta que tu jefita cambia de turno, pasa al Gualmar por comida y aquí nos tiene muy sentaditos en el sofá!, mientras nuestras cositas se remueven abajo de nuestros calzoncitos, porque antes nos pusimos bien cautines; bueno que oímos cuando metió la llave en la chapa y nos quedamos endejos, ¿qué no hasta salió con su bromita de “¡ándele, así los quería agarrar!?” —dijo Ava y cerró las cortinas que daban a la calle.

—Porque agarra la onda mi anciana, Gorda, no que la tuya siempre tiene cara de “este cabrón ya le estaba metiendo mano a mi nenita” y me echa unos ojotes que hasta el dese se me pierde en el prepucio, Haba con hache. Aunque no lo creas, mi jefita te estima —se sinceró Patotas, nervioso por la acción de Ava: “¿Y si viene la mam y nos encuentra?”, cruzó fugaz el pensamiento. Sintió temor

—¿¡Gorda!? la más vieja de tu casa, endejo: mira, palpa, aprieta, toca: ¡suavecito, wey, que las bubis duelen si las apachurras! Las tratas como si exprimieras el trapeador —se quejó Ava—. Y no me digas “Haba con hache”, que eso parece la más vieja de tu casa.

—Remojo, tallo, apachurro, exprimo y tiendo, mai beibi: presta p’acabar de criarme —alardeó Patotas, aunque tenía las manos empapadas en sudor y el corazón como a 100 kilómetros por hora, lo que le dificultaba la respiración.

—¡Tas rete idiota, Patotas! —pensó Ava en voz alta, y prosiguió—: se nota que tu mamá crió un feto que sacó de entre la basura del hospital: qué te hizo falta en casa, para que aprendieras a tratar a una mujer: eres toscote; ¡de plano te pasas de idiotota, Patotas! —se escuchó decir y entonces suavizó el tono—: a ver, dame esas  manitas, ponlas así aquí: flojitas-flojitas, como si fueras a cambiar un foco, Patotas.

—¡Ora resulta que tú, Gorda, me dirás cómo hacer las cosas! —protestó Patotas.

—Es que neta estás bien operadito del cerebro, mi amor —se contuvo Ava y pretendió orientarlo—: luego-luego te dejas ir sobre aquellito; no llevaste Historia en la Secun: a ver, ¿quien dijo que “la tierra es de quien la trabaja”? —bromeó, pero Patotas quiso lucirse y apaciguar su casi pánico:

—¡Pues el que dijo. “Su faje efectivo, No rendición”!

—¡Ese fue Madero, Patotas, Ma-de-ro! Neta: tas bien operado del cerebro —recalcó Ava.

—Pues por eso, Gorda: ¿que no soy tu Madero o qué transita por sus venas, Haba con hache?

—Ugh Patotas: eres pura corrientez; mejor deja, acércate y te quito la camisa, tú me quitas la blusa, ¿vale? Porque si seguimos llega el domingo y tú pinchi madrecita con la llave en la chapa.

—Oye, a mi ma no la insultas, pinche Haba con hache. Y estate quieta, se oyen pasos —pretextó Patotas; hizo a un lado a la chiquilla y asomó por la ventana—. ¡Es mi jefa, pinche Ava! Tápate las bubis mientras voy y le ayudo con la bolsa del mandado: apúrate, culei!

***

Y pues sí, Lencha, dijo Ava: saqué la revista del clóset y cuando la mamita subía con Patotas, los topé en la escalera y le dije: tenga, para su hijo, a ver si algo aprende. Muy lento se vio. Yo sí quería con él pero nunca logré emocionarlo, nomás estruja la mercancía y es muy hocicón siempre: remojo, tallo, apachurro, exprimo y tiendo. ¿Tan idiotota es el Patotas? Como te lo cuento: lo que tiene de larguirucho le falta de cerebro. Si así están todos, no quiero crecer, Lencha: me cae: ¿pasar vergüenzas con morros así? Ay, mana: y tú tan lanzadota que ya estabas lista para enmicarle el dese. Por si acaso, me traje los condones: nunca faltará a quién enmicar. 


* Escritor. Cronista de Neza

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Emiliano Pérez Cruz
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