Sociedad

Nina: a la vacuna

Nina se llamó a engaño, por eso no cesó de maullar. Cayó en la trampa: con toda tranquilidad Yunyuneta le acercó una bolsa a la gata micifuza y ésta, muy oronda, va y ahí se mete, porque a los michis como que les da por esconderse a la menor provocación, sin sospechar la celada: Nina tiene que ir al centro de salud, pues se corrió la voz: la brigada de vacunación antirrábica ahí se aposentó para esperar a perros y gatos/ que en un costal/ acudirán a su cita anual.

Si París era una fiesta, el centro de salud parecía kermesse pueblerina, con pretexto de la jornada antirrábica: doñas muy abrigaditas cargando a sus perros: chihuahuas, pekineses, ratoneros, o muy Disney con sus dálmatas y sabuesos, y echando chisme a todo vapor:

—¿Desde cuando que no la veo, Esperancita? ¡Bendito Dios que el bicho del virus no nos ha echado el ojo, porque viera en la colonia qué de difuntitos ha dejado, Dios guarde la hora y nos siga cubriendo con su manto protector…

—Que Dios la oiga, Linda: que Dios la oiga y nos caiga su protección. Tanto mal que nos ha tocado ver, y lo que falta, todavía. Tiempos nublados, Linda: pagan justos por pecadores, y qué le vamos a hacer. Resignación, fe en Dios y adelante, Linda: ya nos queda poco tramo por recorrer.

Y pues nada: que un condenado perro salchicha olisqueó la bolsa de Yunyuneta, se dio una vuelta y otra y otra, hasta que el rabo se le enhiestó y buscó el aroma de la minina y Nina la gata sintió el peligro, sacó las orejas, la cabeza, el atigrado cuerpo todo y como relámpago pegó carrera al interior del centro de salud, con el salchicha y otro perro (producto de la cruza de corriente con criollo) detrás de ella y Yunyuneta y su madre queriendo detener a los animales; tiraron una mesa, instrumental médico, el agua de la cubeta de la afanadora, una lámpara, arribaron al patio donde Nina en un dos por tres trepó al fresno y desde una rama miraba a los perros como diciendo: de aquí soy y bájenme, si pueden. Miau.

Y los perros, guau-guau, bien idiototas viendo, nomás ladre y ladre porque sí: los perros para eso son. Los gatos: silencitos, pero atentos por si el asunto agrava. Pero nada. Nina fue el centro del espectáculo, su loca carrera y ascenso al árbol le ganaron elogios.

Yunyuneta y su mamá acudieron al guardia de la clínica, quien les consiguió una escalera para bajar a la minina, que tiraba zarpazos a quienes le tendían los brazos, hasta que por fin entró en razón y volvió a la bolsa, mientras el policía ahuyentaba a los perros, y médicos, enfermeras y pacientes comentaban:

—¡Qué loco estuvo eso, de verdad: qué loco!

—¿Loco? ¡Loquísimo estuvo eso!

—Esos perros maricones: con dos cachetadas la gata los corre y van chillando.

Y la paz reinó en el los consultorios y oficinas, las enfermeras cargaban sus jeringas con vacunas antirrábicas, los pacientes en la sala de espera echan el sueñito, hasta que la dueña de los canes se marcha y la paz impera en la clínica, aunque Yunyuneta tuvo que llevarse a Nina a casa porque ¿cómo cree, señora, que va a entrar a consulta con todo y gata; pues en qué cabeza cabe eso? Lo que hay que vivir para ver. 

Emiliano Pérez Cruz

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