-¿Qué prefieres: huevo con papas o papas con huevo? —preguntó Sofía a Ramón mientras éste se lavaba la cara en una cubeta.
—Prefiero un bistec encebollado, con nopales asados a un ladito, un vaso de agua de limón y cafecito para terminar de despertar —respondió él.
—¿Y tu nieve de limón de qué la quieres? —preguntó Sofía mientras rebanaba las papas y ponía a calentar agua en una jarra.
—Mejor que sea de papaya, para que me aliviane la gastritis, que la traigo bien prendida...
—¡Es que no te mides comiendo salsa, siempre andas con la barriga irritada! No escarmentarás hasta agarrar un buen cáncer, y entonces el 2 de noviembre te llevaré al panteón un molcajete de tomatillo y chile de árbol. Con tortillas recién salidas del comal.
—Mejor de una vez, para qué esperarse tanto. Que lo coma el humano antes que se lo coman los gusanos.
Sofía atiende al comal y la sartén mientras Ramón peina al par de chiquillos y los encamina hasta la puerta, donde ya los esperan sus amiguitos:
—Se van por la banqueta, con cuidado y sin arrempujones, porque luego lo regresan por andar todos revolcados. Y me traen los cuadernos con puros dieces.
—Hasta eso, se aplican en la escuela, no como tú que preferías irte de pinta. Le sacaste canas verdes a tu mami, ya ni friegas.
—Nunca me gustó la escuela, preferí aprender un oficio y no me arrepiento: alguien tiene que hacer los trabajos manuales, el país no vive de puros licenciados buenos para nada.
—No me le inculques eso a los chiquillos; déjalos que estudien, a ver hasta dónde llegan, pero que sea su decisión.
—¿Cuándo me has oído mal aconsejándolos? De por sí salen de la escuela rebuznando...
—Por eso te digo que de vez en cuando te sientes con ellos y les revises los cuadernos; tantito se descuida uno y se desbalagan.
—Te consta que lo hago, pero luego te encanijas si les doy sus coscorrones; de vez en cuando hay que ajustarles cuentas, sin que corran a que los defiendas. Terminamos tú y yo peleando y ellos muy campantes...
—Oye, oye: si no son animales. Hay modos: a ti te dieron tus catorrazos y no por eso volviste a la escuela.
—Pero tampoco me tiré a la vagancia: aprender un oficio no es enchílame la otra y ya. Hay que aplicarse o de chalán no pasa uno. Y pasar de ahí a oficial y luego maestro...
—Pues ojalá y no le pierdan el gusto al estudio. Hay que animarlos y acercarles lo necesario. No hacen falta más vagos en el barrio. Y mejor come, que se hace tarde y si llegas tarde al taller te regresan, ya sabes...
—Ya sé, ya sé. Echa otro par de tortillas y ya me lanzo. Te quedó bueno el desayuno, en la noche nos desquitamos.
—Pero nos esperamos a que se duerman, luego andas de atrabancado y ellos ya se dan cuenta de todo.
—¡No exageres! Hasta parece que quisiera andar de exhibicionista, y no es así. Verás, ora que el presupuesto nos alcance acabalamos para otro cuartito: nomás para ellos. También necesitan su privacidad. No puede uno soltarse un ventoso porque todo se escucha. ¿Te acuerdas cuando vivíamos en la vecindad? Ni la cara levantaba uno cuando se topaba con los vecinos, que en toda la noche no dejaban de rechinar la cama. Y lo mismo hacíamos nosotros, ay dios: qué pena...
Emiliano Pérez Cruz*
* Escritor. Cronista de Neza