Cómo no recordar los días 20 de noviembre, si para la niñez arrabalera fueron días de oprobio, de humillación, días en que el uniforme escolar se colgaba para vestir la habitual ropa que creíamos también usaban los hijos de Régulo y Madaleno y los de la India María: personajes objeto de burla y sobajamiento por su condición social más debajo de los de abajo. Representaban al Indio Tepuja con calzones y camisas de manta, a la Guarache Veloz con faldas y blusones de satén color chíngame mis ojitos y sombrero chamaleco calzado hasta las cejas.
Los niños y niñas de la escuela primaria federal Guadalupe Victoria (turno matutino), elegidos para representar al Pueblo en Armas, harto de tanta opresión, explotación y desigualdad que beneficiaba a los pesudos de la Nación, no tenían salvación: si se rebelaban ante la elección, en casa estaba el pescozón. “Les van a dar puntos extra para que mejoren su calificación, y aparecerán en el cuadro de honor”.
A cambio, la jiribilla, la burla, el escarnio, porque los olanes y las florecitas bordadas en la pecheras y en las mangas de las camisas de manta eran para nenas, y los guaraches de cuatro correas dejaban entrever las uñas quebradizas y descalcificadas y los talones con callosidades amarillentas que parecían suelas antes de las suelas de llanta Goodyear Oxo, nada baratos los guaraches, por lo que después de las fiesta por el aniversario de la gesta heroica habrían de usarse:
—Porque regalados no fueron, m’hijito.
—Pus pa’qué los compraron, si yo no los pedí.
—Porque la maestra quiso que tú fueras El Caudillo del Sur.
—Ps’ntonces me hubieran vestido como caballerango de hacienda y con sombrero de charro, como lo ponen en las monografías.
—Si te ofrecieron el papel de Porfirio Díaz y no quisiste. Hubiéramos hecho el sacrificio: él duró treintitantos años en la silla presidencial.
—Ay, vieja, ¿te hubiera gustado que fuera tu hijo un dictador? —peló los ojos el abuelo.
—Si me llevara a París a pasar mis último días, sí. Sería mejor paisaje que el de este salitral.
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Al ritmo de “La marcha de Zacatecas” los escolares salen de las aulas en perfecta formación, disfrazados de Régulo y Madaleno, de India María ellas, armados con carabinas 30-30 de madera para tomar por asalto las calles aledañas a su centro escolar, vigilados por sus tícheres y prefectos. El polvo cubre sus pies y con el sudor se convierte en lodo salitroso que escuece, quema. Los vecinos asoman, aplauden; sus hijos, del turno vespertino, se pitorrean, arrojan dolorosas bolitas de papel impulsadas por el soplido los chamacos dan a la cervatana de plástico. Además, cabulean:
—Ésele mi Macario, le rugen los pedales…
—Tan zoquete que ya te escurre del zoquete entre los pieceses, mi Tizóc.
—Tepuja, Tepuja: a ti te hablo, Tepuja: Tepuja, Tepuja, m´indio Tepuja…
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2019. La plancha del Zócalo se convierte en escenario para reproducir cuadros de someras soldaderas arrellanadas en los estribos de la locomotora que la 4T arrastró hasta este lugar para que, desde el balcón presidencial de Palacio Nacional, el primer mandatario de la Nación la mire con el pecho henchido y el orgullo de quien cree impulsa una Revolución a la que denomina la Cuarta T, no cualquier T, sino la Cuarta, aquella T que se imanta de sus predecesoras y retiembla en sus centros la Tierra, al sonoro rugir del cañón.
Son estampas que, se pretende inflamarán de amor patrio a los presentes, pasados y futuros ciudadanos, de preferencia empleados de las oficinas públicas animados a venir mediante el no coercitivo pase de lista que constatará su asistencia y evitará algún descuento en los emolumentos.
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La íntima tristeza reaccionaria lopezvelardeana asalta a la memoria y la traslada a los llanos salitrosos detrás del Aeropuerto Internacional Benito Juárez (esposo de María Fabiana Sebastiana Carmen Romero Rubio y Castelló, según enteró al pueblo nuestro primer mandatario); quienes los habitaban contradecían al desarrollo estabilizador: eran campesinos venidos a las orillas del asfalto en busca de un futuro menos peor.
Los hijos de estos inmigrantes, escolares en precarios planteles edificados durante los fines de semana por los propios padres, irán disfrazados el 20 de Pancho Villa, Emiliano Zapata, Francisco I. Madero y otros próceres; a regañadientes, pues además ya van para la foto del recuerdo, captada por la cámara del abuelo, empeñado en dejar testimonio del ridículo que los nietos protagonizaban, so pena de perder puntos en las calificaciones y recibir una tunda de perro bailarín por declinar el papel de héroe nacional y encabezar el desfile en calles terregosas de incipientes colonias por “donde no pasó Dios”.
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Previo a la toma que heriría el filme Kodak 620, el abuelo Pablo revisaba que la indumentaria del disfraz estuviera completa y bien acomodada; mientras, la abuelastra Cata iba a la cocina por la olla de barro donde diario hervían dos kilos de frijoles para alimentar a la prole. En las nalgas de la olla el abuelo embarra su dedo índice y con el tizne producido por la leña de ocote delinea los bigotes revolucionarios de los nietos, ahora zapatistas, mañana Slimnistas, y la barbita de chivo democrática en el rostro del nieto preferido, el más blanquito, el que representará a Don Pancho I. Madero, Mártir de la Democracia.
Al nieto mayor le proporcionaba su sombrero de fieltro; por ser el más robusto pasaría a ser Pancho Villa. Otro mocoso al que le calzaba bien el kepí, sería el general Felipe Ángeles con todo y bigotes de alacrán, que las condiscípulas, al concluir el desfile, le embarrarían por los cachetes todos.
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Ya en La escuela venían el homenaje a la bandera, las inevitables “recitaciones”, los “bailables”: “El jarabe tapatío”, “El rascapetate”, “El cerro de la silla”, “Las tamaulipecas” y otras que llenaban de weva a los escolapios que para el baile fueron elegidos mediante el conocido método del Centralismo Democrático: Yo mando, Tú obedeces.
Y mientra las púberes le pegaban con fe al Huarachazo y levantaban polvadera, él lamentaba tener dos pies izquierdos, y se declaraba incompetente para coordinarlos: a ver, niños-niños-niños: uno dos-uno... un-dos-uno y vuelta, izquierda; un-dos-uno y vuelta, derecha, y vuelta, izquierda...
* Escritor. Cronista de Neza