Querido Sebastián, esta tarde mientras caminaba de regreso a casa, intenté recordar cómo fue que supe de tus primeros poemas, pero como mi memoria es ahora una barca que hace agua por todas partes, no atiné a recordar si tú me contaste o los leí en tus estados de Facebook; aunque es probable que para entonces aún no andaba yo por los territorios del ciberespacio, así que deberás refrescarme la memoria la próxima vez que nos encontremos. Cuando hablamos de lo que habías escrito, me dijiste que eran letras de canciones; unos años después, todavía esperan que mi hijo les ponga música para que tú las cantes, tal como te lo prometí. Si unas cervezas oscuras nos lo permiten, pronto debemos de sentarnos "en torno de una mesa de cantina", a hablar de poesía y de sus benditas inspiraciones; porque ya lo dijera el maese Jorge Skinfield: "mientras haya botana, hay esperanza..."
Mis lecturas de niño no pasaron mucho por la poesía, pues mi abuela, que fue mi gurú en el tema de los libros, gustaba más de otras lecturas, pero en la secundaria sucedió el milagro: mi primer contacto con la poesía fue en realidad una impronta que me ha seguido hasta estos mis años viejos. Mis compañeras llevaban a la escuela un par de libretas que cambiaron la vida de los varones que asistimos a las clases con ellas; la primera era un "chismógrafo", y aunque tal vez te parezca poco poético, la libreta aquella nos puso de frente más de una vez con la materia prima de nuestros poemas urgentes de aquella edad (propios o ajenos), y no sólo por las respuestas que nuestras musas en cuestión escribían ahí, sino por las coplas que consignaban en la "hoja libre"; más de una vez deseamos que nosotros fuéramos los destinatarios de aquella que decía: "Cuando mires las estrellas/acuérdate de mí,/porque en cada una de ellas/hay un beso para ti". La otra libreta de la que te cuento, también pasaba de mano en mano entre mis compañeras, como el chismógrafo, pero esta estaba mejor forrada y era más bonita; algunas veces, cuando su bolsillo lo permitía, era una libreta de tapas duras. Ahí mis compañeras coleccionaban versos, dibujos, canciones y coplas. Alguna vez se las prestaban entre sí, para copiarse algún poema que no tuvieran o algún dibujo de corazones.
Mi temperamento agrio de viejo, no soportaría ahora tanta miel, como la que ahí se hallaba escrita, pero es cierto que más de una vez mis ansias esperaban que alguna compañera buscara un verso para mí, en aquellas benditas libretas que recogían en palabras, el amor temprano e inexperto, de los muchachos locos de aquellas primaveras de principios de los años ochenta. Incluso hasta tenía mi copla favorita, la que esperaba que alguna vez Olga Patricia o Rosa María copiaran bajo mi nombre, en una tarjeta de enamorados: "Guerra quisiera contigo,/pero una guerra de abrazos;/fuego nutrido de besos/y fusilarme en tus brazos".
En el intercambio de regalos de diciembre de 1984, mi amiga Clara me regaló un libro de poesía: "20 poemas de amor y una canción desesperada" de Pablo Neruda, y me recomendó que primero leyera el número 20, porque era el "más bonito". Cuando leí: "Puedo escribir los versos más tristes esta noche...", me sentí interesado, porque en aquellos años ponerme triste era casi una vocación. Pero cuando el poema dijo: "escribir por ejemplo: la noche está estrellada...", sentí que ese señor Neruda estaba equivocado, porque a mí la noche siempre me ha puesto feliz. Así que dejé el 20 y me fui a leer el 15, pues Clara dijo que era el segundo más bonito del libro: "Me gusta cuando callas porque estás como ausente..." Ese no lo entendí hasta que me casé... Así que intentando darle otra oportunidad conmigo al libro de don Pablo, me fui a leerlo por el principio, y el poema número uno fue una revelación. Comenzaba: "Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos..." No tengo que explicarte por qué me interesó desde el primer verso. Sigue el poema: "Fui solo como un túnel. De mí huían los pájaros..." Yo muchas veces me sentí así en aquellos lejanos años, y me preguntaba cómo lo sabía Pablo Neruda, un chileno que ni me conocía. Pero adelante el descubrimiento se hizo presente: "Para sobrevivirme te forjé como un arma, como una flecha en mi arco, como una piedra en mi honda..." Y justo ahí lo entendí todo, por lo menos en teoría: el amor deberá servir también para resistir y la poesía será su evangelista. Ojalá que así sea. Yo por lo pronto espero las cervezas para que tú y yo lo discutamos, amigo. Tal vez mis palabras de hoy no sean sino signo inequívoco de mi temprana demencia senil, pero brindemos, y ojalá que el amor nos encuentre a cada uno en su propia trinchera: tú con el capricho de tu corazón y a mí con una que como mi primera novia, sea una flecha en mi arco, una piedra en mi onda... Jamädi...