No debería sorprender los errores de estrategia en la captura de Ovidio Guzmán, hijo del “Chapo”; si de por sí, de acuerdo a los nuevos estándares de honestidad intelectual sostenido por el racionalismo crítico de Karl Popper, “el error es inevitable, por lo que es imposible evitar todo error, incluso tan sólo todo error en sí evitable”, ¿imagínese usted todos los errores que puede llegar a cometer quien llega al sector público completamente neófito a aprender?
Somos un país de improvisados, ello como consecuencia de que, en el acceso a la función pública, tanto en el poder ejecutivo como en el legislativo y el judicial, no se valoran los méritos propios sino la amistad, los compadrazgos, las afinidades ideológicas y, entre otras lindezas, las lealtades, entendido este concepto como sinónimo de complicidades.
Los fiscales, los jueces, los altos mandos policiacos (o especialistas en seguridad pública), acceden al ámbito de gobierno en la que se desempeñan tan sólo con estudios básicos de derecho que proporcionan la licenciatura; también, estos últimos pueden, tener la licenciatura en criminología.
Es en el ejercicio de su función donde el fiscal, el juez y el “especialista” en seguridad pública, a la vez que escalafonariamente adquieren un cargo mejor, aprenden los saberes específicos que necesitan.
Pero de manera práctica, orientada por hábitos y costumbres. También, en cursillos y diplomados, algunos de ellos tomados en instituciones de alto nivel del extranjero que muchas veces sirven sólo para engrosar el currículo.
Jamás nos hemos preocupado por debatir la necesidad de crear una escuela de altos estudios en la cual se formen los fiscales, los jueces y los expertos en seguridad pública, como es en otros países; pero después de que concluyan sus estudios de licenciatura.
Así que, si despedimos al gabinete de seguridad de AMLO, ¿con quién lo sustituimos? Y los que vengan ¿cuánto tiempo se llevará para que aprendan?