En la zona metropolitana de Monterrey estamos sentenciados a muerte, vivimos amenazados bajo el asfixiante y mortífero peso de una gruesa nube de peligrosas sustancias tóxicas y contaminantes: dióxido y monóxido de carbono, óxido de nitrógeno, óxido de azufre, óxido de ozono y, entre otras, las letales partículas PM10 y PM2.5.
Los ventarrones de este fin de semana, a la vez que colocaron a Monterrey en estado de contingencia no declarada, nos recuerdan el terrorífico escenario previsto por los expertos para Monterrey, si no realizamos acciones inmediatas y pertinentes.
En efecto, las investigaciones sobre la contaminación del aire abundan, una de éstas es la de Freddy Mayora, “Contaminación del aire en Monterrey: interpretación del monitoreo ambiental 2005-2018”, en la que se destaca la manera cómo los referidos contaminantes afectan la salud y en la que, de acuerdo con la OMS, más de dos millones de muertes prematuras anuales en el mundo son atribuibles a la contaminación del aire.
Ahora bien, las medidas de solución para revertir la tendencia del deterioro de la calidad del aire, de acuerdo con ProAire, son obvias, entre éstas destacan: fortalecer la regulación de las fuentes emisoras de contaminantes atmosféricos, cosa que no se ha hecho; “limitar el tránsito de vehículos diésel y mejorar el sistema de transporte y la movilidad en el área metropolitana; mejorar los programas de contingencia y establecer un programa de vigilancia y prevención de enfermedades relacionadas con la mala calidad del aire”, cosa que tampoco se ha hecho.
Otro estudio que me parece importante publicado en 2019, también con el apoyo de Conacyt, es el del Centro Mario Molina, AC, de la Ciudad de México, denominado “Análisis de la contaminación por PM2.5 en la ciudad de Monterrey, Nuevo León, enfocado a la identificación de medidas estratégicas de control”.
Entre las recomendaciones derivadas de este estudio sobresalen, “reubicar en el mediano plazo a la industria pesada y altamente contaminante que opera en el centro de la ciudad, provocando efectos negativos significativos; y las industrias que no sea posible reubicar en el corto y mediano plazos deben instalar tecnologías modernas anticontaminantes y utilizar combustibles más limpios, como es el gas natural en sustitución del combustóleo y otros hidrocarburos pesados”.
Además, prohibir “de manera progresiva, pero inmediata, el uso de combustóleo en toda el área metropolitana de Monterrey, de forma que se reduzcan significativamente las emisiones de PM2.5 y dióxido de azufre, priorizando así la salud de la población; acordar con los líderes industriales un Pacto por la Calidad del Aire”.
Pero al parecer los líderes industriales, es decir, el poder tras el trono, no están dispuestos a pactar nada por la calidad del aire. De ahí que una cosa es lo que dicen los expertos que es necesario hacer para revertir los efectos de la contaminación, y otra es lo que el gobierno hace. Hasta ahora, el ridículo mayor lo ha hecho El Bronco cuando, sin voltear a ver la fuente de mayor contaminación: la industria, propuso prohibir a los albañiles encender fogatas para calentar sus tacos.
Samuel García va por ese mismo camino, hace poco logró un acuerdo con el sector industrial; pero para la implementación de un impuesto verde que pagan por lo menos 162 fábricas y 22 pedreras; se informó que este impuesto es aproximadamente de 250 pesos por tonelada de partículas emitidas.
Al dar a conocer este acuerdo, el gobernador sostuvo que se trata de “un impuesto inteligente, porque no quiere recaudar, quiere regular, poner en la ley de hacienda una serie de cuotas a quienes emitan contaminantes por encima de lo que tolera la ley”.
El fin de la multa es inhibir ciertas conductas dolosas o culposas; pero ¿quién va a creer que quien tiene capacidad económica para pagar esa multa (y mucho más) se sentirá inhibido y ya no seguirá contaminando? Al contrario, en conductas que son determinadas por la adicción al dinero, la multa verde será percibida como un permiso para contaminar más, sin que remuerda a nadie la conciencia por las muertes originadas por la contaminación del aire.
Efrén Vázquez Esquivel