Así como durante la borrachera eufórica del auge de la globalización lo chic y sofisticado era ser cosmopolita, o presumir de serlo, ahora que nos encontramos en la cruda de los excesos financieros y de todo tipo, todos nos hemos vuelto ferozmente anticapitalistas. Y un corolario de esto parecería ser un anhelo de vuelta a los orígenes, y tanto desde la derecha como desde la izquierda existe una tendencia a idealizar lo autóctono, lo originario, como aquello que es puro y no ha sido contaminado por lo nocivo extranjerizante. Y en particular se exalta también a menudo la vida apacible y tranquila de los pueblos o comunidades pequeñas, símbolo nuevamente de la inocencia, la bondad, la comunión con la naturaleza, vivida como refugio o santuario para huir del frenesí y la decadencia de la vida urbana.
Quizá por eso ahora que volví a ver Twin Peaks me pareció no solo tan genial como siempre, sino quizá más actual incluso que cuando apareció. Pues entre sus muchas virtudes, resalta ahora fuertemente la falta de condescendencia con la que David Lynch aborda tanto la vida como a los personajes del pequeño poblado de Twin Peaks (población: 51,201), pues les concede plenitud total para abarcar el rango completo de deseos, pulsiones y motivaciones humanas, sin jamás confinarlos a un estereotipo bondadoso o simplista de lo que es más bien a menudo la fantasía de las élites culturales urbanas de la vida en una población pequeña.
Pues lo ominoso es una presencia constante, acaso el personaje principal, literalmente desde la primera escena de la serie, al lado por supuesto del amor, la bondad, la generosidad, y también crucialmente el humor. Y conforme se va develando la trama que conduce a desentrañar el asesinato de Laura Palmer, parecería que por cada enigma resuelto se abre otro al menos de igual magnitud, pues finalmente no resulta sencillo saber qué es lo que quieren o por qué actúan de esa forma, incluso los personajes aparentemente más básicos de la serie. Puesto que siendo Lynch el maestro del inconsciente y de lo oculto que es, probablemente el asunto es que, como suele suceder a buena parte de la humanidad, los personajes de Twin Peaks tampoco saben bien qué es lo que quieren, y la serie nos muestra las formas sumamente retorcidas que emplean para (no) averiguarlo.
Aunque lo que parecen no querer es ser confinados a la romántica e idílica fantasía de las pequeñas comunidades, donde cuando uno lee los tuits o las crónicas a menudo escritas por quienes vienen de fuera, parecería que el trinar de los pájaros o el murmullo del arroyo son lo único relevante que sucede. Como si las pulsiones, fantasías y deseos de los habitantes, así como las a menudo complejas estructuras simbólicas y sociales bajo las que se mueven, quedaran reducidas a la fantasía de inocencia bucólica. Por contraste, en Twin Peaks obviamente que los personajes oscuros o de plano malvados (Laura y su padre, Ben, Leo, Hank, Bobby, etcétera) representan la presencia de lo ominoso, pero incluso los percibidos como bondadosos (Donna, James, Audrey) a menudo causan caos y destrucción a partir de pulsiones teóricamente bien intencionadas.
Así como en la vida misma, de localidades grandes o pequeñas, y principalmente al nivel de los deseos, fantasías y temores inconscientes, los que viven bajo la fachada de inocente normalidad de un pueblecito como Twin Peaks.