Cultura

El silencio de los ojos

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Para Diego Zúñiga, con mucho amor

Sería muy arbitrario jerarquizar la importancia de los sentidos, pues es claro que cada cual podría dar prioridad a uno u otro. Aun así, en mi condición de anosme de nacimiento, siempre he pensado, quizá sin mucho remedio, que si tuviera que elegir prescindir de alguno, precisamente elegiría el olfato, aunque por estricta definición, no sé de lo que me pierdo. El caso es que por razones tan evidentes como inexplicables, posiblemente la vista sería el sentido que la mayoría de la gente priorizaría, si tuviera que elegir. De ahí que incluso desde el país de los descabezados y los bebés calcinados, resulte tan impactante y estremecedora la noticia de los más de doscientos jóvenes chilenos que han perdido la vista por recibir balazos de goma de la policía, por protestar contra un orden que es axiomáticamente injusto. Curiosa ecuación: miles y miles de jóvenes actúan la rabia lógica que produce el no future vislumbrado por Fisher, y no pocos quedan ciegos (por no hablar de los muertos) como consecuencia.

Y es de alguna manera el estado de cosas normal de la época. Porque los muertos, heridos y ciegos no son solo un hecho espeluznante en sí, sino además un mensaje igualmente espeluznante: mejor no te quejes, porque ya sabes lo que te espera. Y lo más irónico es que, modernos e ilustrados como somos (o creemos ser, en Occidente), no profesamos religión alguna que siquiera justificara el sadismo, ya fuera a manera de penitencia para merecer la bienaventuranza eterna, o de castigo por nuestra condición de pecadores ontológicos. Creo que John Gray dio en el clavo con el vínculo que trazó entre la idea de progreso y el fin de la historia, vía el juicio final, introducida por el cristianismo. La competencia feroz que casualmente y de manera estadística siempre se carga hacia los que nacen con la suerte a favor ha devenido en una ley de la selva existencial donde, de nuevo, la inconformidad se paga ya sea con la marginalidad y la exclusión de la opulencia nihilista (¿qué tanto se puede comprar con esos miles de millones que acumula el despreciable 1%?), o con la cárcel o con una condena vitalicia de semiesclavitud laboral, donde no llegar a la quincena con lo necesario para cubrir lo básico funge como el más efectivo dique contra la acción política. La mano invisible resultó más selectiva y elitista de lo que Adam Smith hubiera presupuesto.

Casi siempre trato de terminar estas columnas apocalípticas con alguna variante de imaginar que las cosas puedan ser distintas, y ni siquiera es que ahora piense que no, pero la idea de estos chicos y chicas de veintipocos años que salieron a marchar y terminaron sin ojos, y todo en nombre de la legalidad, resulta demasiado escalofriante. Ojalá existiera el infierno para los guardianes y defensores del orden actual. 

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Eduardo Rabasa
  • Eduardo Rabasa
  • [email protected]
  • Escritor, traductor y editor, es el director fundador de la editorial Sexto Piso, autor de la novela La suma de los ceros. Publica todos los martes su columna Intersticios.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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