Hace unos días recibí un mensaje a una de mis redes sociales. La misiva me la envió un destacado investigador de la Universidad Autónoma del Estado de México, indignado por la ligereza con la que la mayoría de las personas tomaron el cambio de color de los semáforos, por la situación de la pandemia, originada por el virus Sars Cov 2, causante del covid-19.
El mensaje fue muy simple, sin tecnicismos, con un lenguaje llano y natural que todos pudieran entender. Sin más, mostraba su molestia ante el hecho de que: “…Creemos en la llorona, en la bruja, en el chupacabras y que algún día el Cruz Azul será campeón. Pero nadie cree que el coronavirus existe”.
Están las cifras de personas fallecidas. De las que se encuentran en tratamiento, las recuperadas y las consecuencias económicas que la pandemia ha causado en el mundo entero y aún continúa la resistencia.
Por eso, dice el investigador, la probabilidad de que el semáforo que actualmente está en naranja en el Estado de México, cambie a color amarillo, es tanto como creer –y hace una parodia- que el cruz azul se corone campeón en el guardianes 2020.
Para nada. Ante la ligereza con la que las personas están comportándose, la posibilidad de avanzar al semáforo amarillo es muy lejana, y está más próxima que el territorio mexiquense y la ciudad de México vuelvan al color rojo, de máxima alerta.
¿Y por qué se está más cerca de volver al semáforo rojo en la entidad? La respuesta es simple. El cambio de color de rojo a naranja no significó que las personas pudieran retomar sus actividades sin los protocolos de prevención expuestos por las autoridades de salud,
Además, el cambio de rojo a naranja simbolizaba que había una reducción en el número de contagios, mas no que se tenía el control de la pandemia y mucho menos que ya se podían hacer todas las actividades cotidianas como si estuviera superado el problema.
En muchas zonas del Estado de México se presentaron excesos de concentración de personas no solo por fiestas particulares o familiares o como se les quiera llamar, sino también visitas a espacios públicos, plazas comerciales, restaurantes, bares y centros turísticos.
Un ejemplo. La semana pasada en Valle de Bravo, aprovechando el puente largo del 20 de noviembre, se tuvo una ocupación de 90 por ciento en los hoteles y restaurantes. Situación que contraviene la medida y disposición oficial de que solo debe ser 30 por ciento de ocupación.
Pero Valle de Bravo no fue la excepción, otros lugares de atracción turística en el territorio mexiquense también tuvieron exceso de asistencia, tal es el caso de Ixtapan de la Sal, con más de 95 por ciento de ocupación en todos sus espacios de servicios al turismo.
Y por si fuera poco no faltaron los encuentro deportivos organizados de manera arbitraria que congregaron a decenas de personas como espectadores. Lo mismo algunos conciertos masivos en Toluca y sus alrededores.
Estos son ejemplos simples que se tienen a la vista, pero hay mucho, muchos más donde la ligereza con la que se toman las cosas sobre la pandemia nos está llevando a que en un futuro no lejano volvamos al confinamiento.
La culpa es de todos, no de un solo lado. Por creer en la llorona, en el chupacabras y la bruja y no en el coronavirus.
Ojalá solo sea la sombra del fantasma del semáforo rojo, pero está en nuestro comportamiento alejarlo o hacerlo vigente.