Del otro lado del teléfono, mi hermano, el periodista Raymundo Pérez Arellano.
—Tengo que decirte algo. Se acaba de morir Javier Orellana.
Vino entonces el chingadazo íntimo. No puede ser, reaccioné. No puede ser, los pequeños pero grandes por haber logrado marcar una diferencia, como Javier, no deberían morir, tal y como pedía Kavafis a los dioses.
Javier era un activista de Monterrey que eligió la rebeldía como sendero, que decidió sumergirse en las corrientes subterráneas de la lucha social en una ciudad desdeñosa de la iniciativa ciudadana que no provenga de sus élites.
Me tocó ser testigo de no pocas campañas de linchamiento en su contra: desde algunos medios de comunicación, recuas de asnos al servicio del poder manipularon sucesos, fechas y palabras para propagar la mentira sobre él.
A quince años de su muerte, recuerdo a Javier como amigo y a través de él evoco también el honor y la capacidad de aguante de muchos otros y otras activistas que me ha tocado conocer y que han regado semillas de resistencia que florecen con el paso del tiempo.
Javier fundó la Alianza de Usuarios del Transporte Público, organización pionera en la lucha por la mejora de la movilidad urbana en el noreste de México. Su visionario activismo en una de las principales urbes del país ocurría cuando el tema no estaba de moda, como sucede hoy.
Cobrándole su capacidad de anticiparse a la crisis urbanística que se venía, las campañas contra Javier sucedían una tras otra. Y Javier y su Alianza no tenían dinero para comprar el consenso mediático, ni tampoco querían hacerlo. Su interés era concietizar a la sociedad de tener una movilidad dignida y colectiva, una motivación por demás extraña en lugares donde la gente es educada como si fuera mercancía.
Ante aquellas campañas y otras que me ha tocado observar, siempre me preguntaba qué pensarían esos fraudulentos periodistas al ejecutarlas, ¿qué sentían de ser ecos amaestrados para dañar a gente secilla que pelea a contracorriente sin pedir nada a cambio, solo dando –como siempre dio Javier- su alicaída fuerza física y su gran soporte moral?
Perdón por la nostalgia de fin de año, pero me da rabia que un héroe de mi tierra esté en el olvido. Ojalá que su figura se rescate algún día. Javier no ha muerto.