A lo largo del gobierno de Humberto Moreira, los Zetas fueron acumulando un poder superior al de las autoridades municipales de Coahuila. Un ex alcalde de Allende fue golpeado porque su hijo había sido novio de la esposa de uno de los líderes de la banda, a otros alcaldes les robaron sus camionetas y los golpearon, y en la Laguna hubo uno al que sacaron de su oficina y lo llevaron caminando descalzo por la plaza principal. “No sólo era la violencia, también había humillación. Se trataba de dejar en claro quién manda, quién pone las reglas”, cuenta Armando Luna Canales, ex secretario de Seguridad.
En Saltillo no llegaban a esos extremos, pero sí detenían y torturaban a funcionarios menores. Por ejemplo, a un director de Desarrollo Urbano que ordenó cerrar yonques por la venta de autopartes robadas le dieron una paliza que lo hizo estar en cama varios meses y después salir del país por miedo.
La primera ejecución espectacular que ocurrió en la capital de Coahuila fue en septiembre de 2007, cuando fueron asesinados dos policías que un día antes habían perseguido un BMW blindado en el que se movía un jefe zeta. Luna Canales cuenta que a él le tocó cruzarse por casualidad con los narcos hasta Saltillo hasta en 2008, mientras iba por un transitado bulevar a las cinco de la tarde y vio que unos hombres intercambiaron armas desde unas camionetas Navigator y Escalade. En ese momento, Luna Canales, aunque era secretario de gobierno, no traía vehículo blindado ni escolta.

Situaciones como aquella se empezaron a volver comunes en la capital del estado. Los narcos se dejaban ver en restaurantes y bares. Parecía que tenían todo bajo control. En enero de 2010, ya con la división entre los zetas y Cártel del Golfo, el joven periodista Valentín Valdés fue asesinado por hacer una nota sobre la detención de unos miembros del CDG en el Motel Marbella. Esos mismos días también fue asesinado el policía municipal que había alertado al Ejército de la presencia de los narcos en el lugar.
El número de asesinatos registrados en el estado aumentó cada año hasta llegar al mil por ciento en seis años. Si en 2006 se habían registrado 107 homicidios, para finales de 2012, la cifra oficial abarcaba 1 mil 160.
Sin contar las desapariciones forzadas.
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Reynaldo Tapia es dueño de casi treinta casas de empeño y gobernó Allende a partir de enero de 2013. Es uno de los pocos funcionarios públicos que habla con soltura sobre la irrupción de los narcos en el estado: “A Los Zetas les gustaba mucho Allende como punto estratégico. De aquí corres para Piedras Negras, corres para Nuevo Laredo, te regresas a Nueva Rosita. Es una Y griega, un punto estratégico”, explica. Su punto de vista coincide con el de otros funcionarios y pobladores entrevistados, en el sentido que los Zetas se instalaron en Allende en 2009, se apoderaron del pueblo en 2010 y en 2011 lo destruyeron como parte de sus vendettas internas.

“Es que nosotros estábamos presos”, se lamenta el exedil. Omar Treviño Morales, hermano de Miguel, el líder de la banda conocido como Z-40, se casó con una joven llamada Carolina Fernández, quien junto con su padre, Jesús Fernández, fueron señalados por el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos como responsables de lavado de dinero. Una de las compañías de su propiedad llevaba el nombre Cinco Manantiales. “Esa fue la maldición que nos cayó. Que ese chavo se enamorara de una muchacha de aquí y ya no lo sacamos. Se empezó a meter con la sociedad hasta que ésta se involucró”, comenta el alcalde.
La boda entre el Z-42 y la joven se celebró en un céntrico lugar llamado Salón Fiesta Dorada y, según el funcionario, tocaron grupos importantes como Banda Limón y Pesado. “Me invitaron a la boda porque la mamá de Carolina estuvo conmigo en la escuela, y Chuy [su papá] también. Todos ellos eran gente bien, trabajadora. La abuelita de la muchacha me dio clases. Los que vinieron a corromper fueron ellos”.
Durante ese tiempo, los pobladores entrevistados coinciden en señalar que los zetas eran amos y señores en los Cinco Manantiales. Y Allende en particular se convirtió en un cuartel en el que podían vivir tranquilos. “En las cabalgatas anuales ahí andaban en mero enfrente. Ahí junto al presidente municipal. Los caballos más bonitos ellos los llevaban”, señala el Tapia.
El empresario y político dice que también conoció a Luis Garza y a Héctor Moreno, miembros de familias asentadas en la región, quienes se convirtieron en operadores de la banda. También al empresario transportista, Alfonso Cuéllar. Garza y Moreno primero se hicieron compadres de Cuéllar y luego de los Treviño, afirma el edil.
Durante esos años, “te tenías que dormir como a las cinco o seis de la tarde. No podías andar en la noche porque ya eras sospechoso. La policía municipal te tenía que detener. Estaban en la entrada de aquí Allende. Tenían sitiada la ciudad”. Había días en que el sitio policial aumentaba. “Esos días ya sabías que estaba el Z-42 en el pueblo visitando a su esposa”.
- ¿Los militares también estaban comprados?- pregunto al alcalde.
- Todos. Todos los militares estaban comprados, todos trabajaban para ellos: los del estado, de la SEDENA, todos…
Etelvina Flores, esposa de un hombre víctima de los zetas, coincide en que fue en 2009 cuando “se empieza a percibir un ambiente ya hostil, difícil, camionetas extrañas, personas extrañas, sin placas y vidrios oscuros”. La profesora de bachillerato asegura que los pobladores de Allende dejaron de salir de noche y que viajar por carretera a Eagle Pass o Del Río, como tradicionalmente ocurría, se volvió un asunto peligroso, porque a la entrada del municipio siempre había patrullas haciendo retenes en los que paraban a todos y exigían identificaciones. “Empezamos a ver o a escuchar que decían que se los habían llevado a una brecha, que les habían preguntado tal cosa, que me golpearon o tal”.
El consumo de drogas entre los jóvenes de los manantiales también se disparó, considera Flores. “Los comenzaron a embaucar por las familias, por la carencia económica, o por la falta de cuidado de los padres, a veces hasta eran obligados”. Lo más grave fue que el pueblo se adaptó a vivir así”, estima la maestra. “Nadie dijo: “esto no es correcto, vamos a levantar la voz”. Mientras no me toquen, todo está bien”. Había miedo pero también indiferencia. “Cuando pasaba algo, había gente que decía: “es que andaba en eso”. Ese es un error grandísimo que hasta que no estamos en eso nos damos cuenta de que estamos equivocados. Por eso luego vino la tragedia que vino”.
(CONTINUARÁ…)
Capítulo 8 de la serie “El lugar donde se arrastran las serpientes”