Días y días de acusaciones, inferencias, rumores, conferencias, hashtags, deducciones, encuestas, tuits, bastones, grabaciones, retenes, amparos, memes, amenazas, tiktoks, demandas, pactos de sangre, trenes, spots, abrazos, mareas, mareos, declinaciones, desplegados, verborrea, debates, canciones, atentados, chismes y chistes malos.
¿Habrá acaso alguien que no esté harto de la incontinencia demagógica de nuestra democracia electoral?
Hemos llegado al cierre de las que parecen las campañas más largas de la historia reciente, sin que se sienta que, tras un largo y farragoso andar, haya sido enriquecida en algo la discusión pública sobre temas cruciales, como la violencia que padecen tantos lugares del país o la crisis climática que ya es una sufrida realidad cotidiana que ningún gobierno quiere ver ni reconocer, mucho menos tiene idea de cómo atender.
Una cosa es controlar la comunicación de todo lo que sucede gracias al pujante y reiterativo esfuerzo mañanero presidencial; otra es que el país de verdad esté bajo control. Basta asomarse tantito a lo que pasa en Chiapas, Guanajuato o Zacatecas, por mencionar algunas geografías, para pulsar la impunidad que pasean a sus anchas grupos armados con rifles americanos y uniformes institucionales (o del cártel que según convenga).
No es fortuito tampoco que las extorsiones criminales a los negocios hayan aumentado a lo largo del territorio justo durante estos últimos meses: las activas campañas electorales de todos los partidos políticos necesitan del flujo eficaz de recursos en efectivo para seguir manteniendo viva nuestra esperanza democrática.
Y, en medio de todo, la prolongada e ignorada sequía de varios años atrás en el campo ha llegado a ciudades en las que, además de la crisis del agua, se acumulan problemas graves de contaminación, electricidad, transporte e infraestructura caduca que se volvieron una nueva normalidad mientras estuvimos distraídos con el pobre espectáculo de una cartelera electoral llena de saltimbanquis, payasos, titiriteros, trapecistas, magos, mimos, contorsionistas y tragasables.
La política, si acaso, debería colindar con el teatro, no con el circo.
Faltan pocos días para que acabe todo esto. Ya otro México comienza. ¿Hay salida?