La cárcel de Piedras Negras se volvió famosa a escala nacional en enero de 2012 tras la fuga de 132 internos, la más grande de la historia reciente de México. El gobierno propagó la versión de que los reos habían sometido a los celadores para después salir por un túnel subterráneo.
En realidad, los internos salieron por las puertas principales, tal y como lo hacían casi a diario durante 2011 para ir a realizar operaciones ilegales o bien meter al interior de la prisión tanto a víctimas de sus crímenes como a grupos de música norteña, prostitutas o invitados especiales.
Una de sus víctimas fue Adanari, hija de Olga Saucedo, además de otras 32 personas, según la Subprocuraduría de Desaparecidos de Coahuila, la cual llevó a cabo una investigación que permitió estimar hasta en 150 el número de personas secuestradas, asesinadas e incineradas en el interior de la prisión ubicada en la frontera con EU.
En ese tiempo, Los Zetas usaban la cárcel para refugiar a sus mandos cuando había operativos especiales de detención y también maquilaban ahí chalecos y uniformes para los miembros de la organización que iban a Tamaulipas a enfrentarse con el CDG y fuerzas oficiales.
“Tenían toda una base de operaciones, pero esto no es algo que no estuviera ocurriendo en algunos otros ceresos de la República”, me comentó en su momento Juan José Yañez, el subprocurador que inició esta investigación y que en 2016 fue nombrado Magistrado.
Así explicaba Yañez el descubrimiento de esta cárcel como centro de exterminio: “Estábamos buscando a unas personas que nos habían reportado que las habían llevado al interior del penal y fue cuando algunos internos interrogados nos dicen: “bueno, lo que ocurrió aquí es que no los van a encontrar”. Nosotros metíamos nuestros radares, metíamos perros. “Es que no los van a encontrar. Porque a ellos los quemaron, a ellos los ponían en un tambo y los desaparecían…”.
Ariana García, abogada de la organización Familias Unidas, una de las principales críticas del gobierno de Coahuila, considera que aún no se da la dimensión que amerita a los hechos ocurridos en esta cárcel fronteriza: “Qué bueno que el estado está reconociendo que 150 personas fueron desaparecidas, introducidas a este centro penitenciario, privadas de su vida y más, porque entonces el estado está reconociendo 150 casos de desaparición forzada. ¿Qué crees que signifique que hasta el día de hoy el gobierno reconozca que ocurrió esto en un ente del Estado?”.
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Después de varios meses de solicitarlo formalmente, en junio de 2016 logré entrar a la prisión de Piedras Negras. Lo primero que vi fue a Mickey Mouse, el Pato Donald y otras figuras de Disney. Uno de los celadores que me guiaba comentó que los acababan de pintar para mejorar el ambiente en el área de convivencia familiar del lugar. Después entré a un restaurante, en cuyo interior había una imagen del antiguo símbolo de los Gates, la policía de élite creada para combatir a Los Zetas.
Uno de los internos, que también trabajaba en la cocina, me vendió unas carteras hechas con bolsas recicladas de papas Ruffles verdes.

Después de eso, caminé hacia la biblioteca y empecé a recorrer las estanterías. Vi varios libros de superación personal y algunos títulos de periodismo, joyas como El Gran Gatsby, de Fitzgerald; Martín Fierro, de José Hernández; Cumbres borrascosas, de Emily Brontë; Palabra en espiral, Octavio Paz y ciertas extravagancias como El concepto de religión, de Hegel; Aspectos económicos de la energía atómica; La cultura contra la escuela, de Teófilo R. Neira; Vecinos distantes, Alan Riding.
Junto a la biblioteca estaba la sala de computación, muy solicitada por los internos, sobre todo porque está climatizada y bien protegida del calor veraniego que en ese mediodía estaba a uno de sus máximos niveles. En dicha hora había varias celebraciones religiosas al mismo tiempo. Fui a la misa católica y luego pasé por el culto cristiano que se celebraba en otro lugar. Ambas estaban llenas y los reos parecían concentrados. Uno de los funcionarios me explicó que cada vez que asistían a una misa, los presos recibían puntos que después podían convertirse en menos tiempo en la prisión, por el sistema de valoración de buena conducta.
Después me dirigí hacia los talleres del penal, el sitio donde Los Zetas realizaban las incineraciones clandestinas de los cuerpos de sus víctimas, de acuerdo con las investigaciones oficiales. Ahí ahora solo vi a una veintena de presos trabajando sudorosos con madera. Uno de ellos estaba haciendo un tigre de tamaño natural para un comandante de los Gates. Los demás hacían figuras variadas que luego darían a sus familiares para que estos las vendieran en el exterior del sitio.
Caminé después a un lugar en el que esa semana empezarían las charlas de Alcohólicos Anónimos. Junto a este quedaba el área psiquiátrica, en donde había unos internos completamente encerrados tras las rejas. A lo largo del día, los internos dejan sus celdas para participar en diversas actividades de la prisión. Recorrí las islas con las celdas para procesados y sentenciados. Por lo regular hay cuatro reos por celda.
Después fui a hablar con el psicólogo del penal, quien charlaba con dos jóvenes estudiantes que realizaban su servicio social ayudándole a atender a los internos. El especialista me confirmó que le había tocado a él estar durante los años en que la cárcel se había vuelto un centro de operaciones criminal.
¿Qué podía hacer un psicólogo en un lugar como éste?, ¿hasta dónde podría alguien estudiar y ayudar al comportamiento humano en un sitio donde tantas personas habían sido secuestradas, torturadas, asesinadas e incineradas clandestinamente?
CONTINUARÁ...
El lugar donde se arrastran las serpientes/ capítulo VI, segunda temporada