Hay ideas que, de tan radicales, asustan. Otras nos incomodan porque muestran la insuficiencia de los parches que llevamos siglos cosiendo.
La propuesta de Brian D. Earp, filósofo bioético e investigador, suele provocar ambos efectos: ¿y si la única forma de desarmar la desigualdad fuese abolir por completo la categoría social de género?
Earp llama Ideología de Género Dominante al sistema que encadena sexo biológico y expectativas sociales: quién cuida, quién lidera, quién cobra menos.
Podemos barnizar los roles y pulir los bordes, pero mientras la estructura permanezca, la jerarquía se reacomoda.
Reformar, dice, es como redecorar una mazmorra, pero abolir implica derribar los muros.
¿No borraríamos, junto con la mazmorra, los murales de quienes han luchado por nombrarse —mujer trans, hombre trans, no binarie— y convertir ese nombre en derecho?
En un mundo post-género, todas las personas tendríamos que reconfigurar nuestras identidades.
La pérdida sería real, pero transitoria y, a la larga, menor que la ganancia de habitar una sociedad donde la misoginia y la transfobia carezcan de combustible cultural.
La cirugía social que se propone no es una intervención exprés. Implica neutralizar documentos oficiales, des-generizar baños y uniformes, educar en lenguajes no binarios.
Son pasos graduales que permiten acostumbrar los sentidos a vivir sin el filtro de la casilla M/F guiándonos cada interacción.
Reformar roles «para que mujeres y hombres puedan ser lo que quieran» suena bien, pero depende de vigilar permanentemente las grietas por donde se cuela la vieja jerarquía.
Abolir, en cambio, ataca la raíz. Si nadie es encasillado al nacer, la desigualdad de género no tendrá a quién perseguir.
Es la diferencia entre apagar incendios y prohibir la chispa.
Earp no propone borrar identidades, sino desactivar la maquinaria que las convierte en destino.
Es una apuesta por la prevención: cortar los cables antes de que la corriente vuelva a electrocutarnos.
Abolir el género —igual que abandonar un viejo mapa— supone perder ciertas coordenadas existenciales, sí, pero quizá sea el precio de descubrir un territorio donde la dignidad no necesite prefijo.
IG @davidperezglobal