En la semana que termina querido lector tuve la oportunidad de aplicarme el refuerzo de la vacuna contra el covid-19 acá en mi pueblo (somos menos de 4 mil habitantes), el bioquímico AstraZeneca ya corre por mi cuerpo.
Lo que fue de llamar mucho mi atención fue la dinámica que observé ese día, mucha gente, mucha en verdad, la fila salía de la escuela donde estaban vacunando y daba la vuelta a una pequeña cancha de basquetbol comunitaria.
Llegué me formé y esperé, me llevé una hora en todo el proceso y durante ese tiempo con grata sorpresa me di cuenta además de lo bien que estaba coordinado todo, del buen comportamiento de la gente, guardando orden, llevando sus papeles, cubrebocas y sana distancia, estábamos los mayores de 40 ahí, hombres y mujeres de todo el lugar; al poco tiempo llegaron tres autobuses de los que bajaron decenas de personas más, al hacer fila no pude más que intrigarme y acércame a una mujer para preguntarle que por qué habían llegado tantos juntos, su respuesta fue que venían de varias comunidades cercanas al pueblo, que el municipio les había facilitado el transporte a todos aquellos que quisieran vacunarse, así que y en palabras de ellas, todos los de su comunidad en edad de recibirla y que ya se habían vacunado antes emprendieron el viaje al sitio, un viaje por cierto que duró poco más de hora y cuarto.
México tiene una cultura de vacunación muy arraigada, han sido más de 200 años desde que se emprendió de manera formal el esfuerzo de inoculación inmunitaria, empezando en el Reino de la Nueva España hasta llegar al día que hoy con el Consejo Nacional de Vacunación, lo que ha permitido tener una cultura sólida entre la población.
David Aarón Cárdenas