Y es que la similitud es remarcable lector mío, el arrabal es el conjunto de casas que surge de manera espontánea, sin planificación y control, justo como la dinámica que se ve prácticamente de a diario en nuestra cámara de senadores.
Un lugar hoy en día más cercano a la definición política que dice al pueblo: “pan y circo” para mantenerlo contento.
Con la pandilla que tenemos por senadores el circo ha estado más que asegurado últimamente. El enfrentamiento entre Alejandro “Alito” Moreno y Gerardo Fernández Noroña no solo terminó en un zafarrancho, sino que volvió a exhibir la degradación de la política mexicana, donde el protagonismo y la descalificación pesan más que el diálogo y la construcción de acuerdos.
La escena, reproducida hasta el cansancio en redes sociales y medios de comunicación mostró a legisladores que olvidan que su función es legislar. Para nosotros, la imagen fue clara: políticos que deberían estar discutiendo presupuestos, reformas y aspectos públicos, dedicados a insultarse y a empujarse como adolescentes en el patio escolar, la política reducida al espectáculo, al circo.
No es la primera vez que un episodio de gritos, mentadas de madre, empujones y amenazas acapara los titulares provenientes del Senado. Lo grave es que cada vez que esto ocurre, se normaliza la idea de que ese lugar es un espacio donde las pasiones personales se anteponen a resolver las necesidades reales que tiene el pueblo sabio.
Moreno y Noroña son políticos con trayectoria, ambos curtidos en el arte del debate y en la retórica incendiaria, uno con lenguaje más florido que el otro creo yo, pero su conducta esta semana fue la confirmación de que la política mexicana sigue atrapada en un círculo vicioso de personalismos, donde lo importante no es ganar un argumento, sino humillar al adversario frente a las cámaras para después victimizarse ante los demás.
Tenemos al gobierno que nos merecemos, tenemos a los representantes que nosotros ahí colocamos, si no le gusta lo que hay, quéjese todo lo que quiera, pero no olvide salir a votar cuando llegue el momento, porque el Senado de la República debería ser un espacio de deliberación y madurez. Lo ocurrido esta semana nos recuerda, con crudeza, que a muchos de nuestros legisladores les falta altura de miras, el zafarrancho entre el representante del PRI y el Morenista no es anécdota pintoresca: es el triste síntoma del deterioro de nuestra vida pública.