Algunos presidentes de izquierda en América Latina han sido señalados en sus respectivos países por sus posiciones frente al reciente ataque de Hamás a Israel, por “tibios”, “ambiguos”, por expresar “demasiada” solidaridad con Palestina —como si Hamás los representara—, o por ser menos enérgicos en su condena o porque debieron mostrar mayor apoyo a Israel. Sin embargo, ¿por qué descalificar el dolor de unos y exigir solidaridad con otros?
Presidentes como Andrés Manuel López Obrador o como Gustavo Petro fueron señalados por los respectivos embajadores de Israel en sus territorios de apoyar el terrorismo. Claro, al mismo tiempo que el ministro de Defensa de ese país, Yoav Gallant, llamaba “animales humanos” a los habitantes de la Franja de Gaza, a quienes su fuerza aérea bombardeaba y les impedía el suministro de gas, electricidad, agua y alimentos, al menos a dos millones de personas.
Países como Bolivia expresaron su "profunda preocupación" por los "eventos violentos" ocurridos en la Franja de Gaza y criticaron la "inacción" de las Naciones Unidas y el Consejo de Seguridad ante estos acontecimientos. Por su parte, el gobierno cubano señaló que el conflicto es "consecuencia de 75 años de permanente violación de los derechos inalienables del pueblo palestino y de la política agresiva y expansionista de Israel". El Gobierno de Brasil reiteró “su absoluto repudio a todos los actos de violencia, sobre todo contra civiles”.
Por supuesto que el ataque de Hamás ha sido inhumano y cruel, así como lo ha sido la violencia y el sometimiento de Israel al pueblo palestino por más de 50 años, bajo un régimen de terror y de barbarie. Ni México ni ningún país democrático debe apoyar a una organización como Hamás pero tampoco debería apoyar a Israel, un Estado, léase bien, un Estado, que ha puesto todo su empeño en el sufrimiento y la represión de las y los palestinos.
Decía el presidente de Colombia que “la única manera para que los niños palestinos duerman en paz es que los niños israelíes duerman en paz. La única manera para que los niños israelíes duerman en paz es que duerman en paz los niños palestinos. Eso no lo logrará jamás la guerra (...)” y tiene toda la razón. En la mitad de la disputa, no entre Israel y Palestina, sino entre una organización criminal palestina y el gobierno de Israel, hay pueblos, de lado y lado de la frontera, que están pagando las consecuencias de un cruento enfrentamiento, eso sí, en condiciones completamente desiguales.
No se trata entonces de tibiezas ni de dobles estándares en términos de derechos humanos de algunos mandatarios de la izquierda latinoamericana, sino de poner a la población civil inocente en el centro de las preocupaciones. Pero, de ninguna manera es posible igualar las acciones de una organización criminal a las de un Estado, y Hamás no es el Estado palestino. Solo desde la asimetría que esto representa, se pueden entender las dimensiones reales de la ocupación, las consecuencias de la misma y la hipocresía de algunas y algunos embajadores.