"Central avionera"; "mugrosos"; "estación de metro"; "mejor les hubieran regalado agua y jabón"; "nunca vamos a ser de primer mundo"; "parece un puesto de tacos"; "somos una república bananera", son algunos de los comentarios publicados en redes sociales tras la inauguración del Aeropuerto Felipe Ángeles. El AIFA destapó y exacerbó un clasismo miserable en México.
Rápidamente, la oposición se desmarcó de su arremetida clasista, racista y hasta xenofóbica, insistiendo que señalar los errores del AIFA no constituía una actitud discriminatoria. Sin embargo, los señalamientos a la infraestructura y a las rutas iniciales de vuelo para su inauguración apuntaban exclusivamente a tratar de diferenciarse del “pueblo” que se apreciaba en las fotos y segmentar así sus espacios de socialización y convivencia.
Nuevamente, quienes se creen dueños de México nos dicen cómo debe constituirse el espacio público y quién tiene derecho a usarlo, y personas como una comerciante ambulante que vende tlayudas para subsistir no es digna de un lugar como un aeropuerto erigido dizque exclusivamente para personas con cierto poder adquisitivo.
Además de lo miserable que resultan estas críticas vacías y discriminatorias, cabe cuestionarnos la necesidad imperiosa de alabar cualquier obra del gobierno si se está con la 4T, o de destruirla a toda costa si se está en contra. En esa irracional actitud nos perdemos de lo verdaderamente importante. Se trata, sino de la más, de las obras públicas más discutidas dentro y fuera de los círculos de la opinión publicada y de expertos; una oportunidad para someterla a escrutinio público, por encima de la mesa, democratizando, de una u otra forma, la participación de todo un pueblo.
¿Resolverá la saturación del AICM? ¿Será rentable? ¿Contará con la conectividad necesaria? ¿Era Santa Lucía la mejor opción frente a Texcoco?, son algunos de los cuestionamientos que abonan a una discusión con sentido que ameritaría una inversión de este calibre y trascendencia para el país.
La necesidad de un segundo aeropuerto para la capital mexicana, la segunda megalópolis de América Latina, era una demanda histórica, no un capricho. En 2019, las autoridades aeroportuarias alertaron que la situación rebasaba los mínimos de seguridad aérea.
El exsecretario de Comunicaciones y Transportes, Javier Jiménez Espriú, ha documentado ampliamente en su libro La Cancelación que el aeropuerto de Texcoco habría costado cuatro veces más y que nunca estuvo financiado por inversión privada, sino por artimañas financieras que disfrazaban el dinero público a través de préstamos. “El sitio más inadecuado posible, el peor lugar que había en la República mexicana para hacer un aeropuerto” y un posible desastre hídrico, dice la publicación sobre el proyecto cancelado. No sólo era un monumento a la corrupción, sino que podría haberse convertido en un desastre ambiental.
Mientras en el AICM hoy sólo puede operar una pista, en el AIFA podrán operar tres de manera simultánea. Para su primera fase, el nuevo aeropuerto tendrá una capacidad para atender una demanda de 19.5 millones de pasajeros, con posibilidad de alcanzar hasta 85 millones anuales.
La conectividad sigue siendo el punto sensible, pues de eso dependerá en gran parte su éxito. Sin embargo, a la par de las ampliaciones viales y de las facilidades de movilidad, el gobierno ha manifestado en múltiples ocasiones que se encuentra en negociaciones con las aerolíneas para ofrecer vuelos a un menor costo, con el fin de subsanar los precios de traslado a dicha terminal aérea, al menos en la etapa inicial del proyecto.
Lejos de ser el desastre que vaticinan y desean, se trata de una obra realizada en tiempo record, con menor presupuesto, infraestructura moderna y tecnología de punta, según explicaron las autoridades, y que como cualquier proyecto es perfectible. Habrá que esperar el paso de los días y la normalización de las actividades.
Mientras siguen hundidos en su clasiracismo y sus pobrísimos señalamientos, el presidente reinauguró su proyecto político con fuerza antes de la revocatoria de mandato; el 2024 está a la vuelta de la esquina y la oposición no ha podido salir del fango.
Daniela Pacheco