Cuando supe que la cinta ganadora a la Diosa de Plata como Mejor documental fue filmada en Jalisco y trataba sobre el síndrome de Miller, tuve que investigar qué tipo de características provoca.
El síndrome de Miller es una rareza genética, un susurro del destino que moldea cuerpos con ausencias: mandíbulas diminutas, malformaciones en orejas o manos sin pulgares ni meñiques.
David González Ladrón de Guevara nació con síndrome de Miller, pero su vida no se define por lo que le faltó, sino por lo que creó con lo que tenía. Su historia es de esas de superación
"Concierto para otras manos", el filme dirigido por Ernesto González Díaz, no es un poema visual ni cumple con ciertos rigores técnicos estrictos del buen cine, es más bien la narración de una hazaña: la de un músico que convirtió sus límites en partituras y sus obstáculos en acordes.
Filmada con apoyos brindados por la secretaría de Cultura, el gobierno de Jalisco y el organismo Filma Jalisco, la Diosa de Plata le valió tener el Teatro Degollado como cúpula de la historia.
Entre los claroscuros de esta cinta documental, que por momento parece una historia familiar y casera, donde lo más relevante y emotivo es ver como las manos incompletas de David tejieron milagros sobre las teclas de un piano y una historia de vida que se incrusta en el alma.
La película está estructurada como una sinfonía en cuatro movimientos, pero también un dueto de almas: la de David y la de su padre, José Luis González Moya, pianista y compositor que alguna vez dudó de que su hijo pudiera seguir sus pasos.
Pero la música, como el amor, no entiende de imposibles. Juntos, padre e hijo emprendieron un viaje sonoro que culminó en una obra escrita para ocho dedos, donde cada nota es un acto de fe, un abrazo entre lo posible y lo extraordinario.
"Lo que más me conmovió", confiesa el director, "fue ver a David tocar con una técnica tan única como sus manos, con una emotividad que desarma". Durante cinco años, la cámara siguió sus días, capturando no solo el virtuosismo, sino la paciencia de un padre, la tenacidad de un hijo y el tejido invisible que los une: la música como lenguaje, como refugio, como promesa.
Esta no es solo la historia de un pianista. Es un concierto para la resiliencia, una oda a las manos que, aunque distintas, encontraron su manera de danzar. Un recordatorio de que hasta en los silencios más profundos puede brotar, inesperadamente, una melodía inolvidable.