En estos días todos, o casi todos (incluyendo ateos y agnósticos), recibimos los beneficios del calendario gregoriano celebrando la semana santa que inicia hoy con el Domingo de Ramos.
La entrada triunfal que hace Jesús sobre la ciudad sagrada de Jerusalén.
Días de asueto y descanso que nos abren la puerta para recordar la vida de Jesucristo desde un contexto espiritual, además de sus enseñanzas psicoanalíticas pues todos los evangelios (con el permiso de los freudianos y evangélicos), están impregnados de un profundo sustrato psicoanalítico que impone a todos buscar la paz del espíritu a través de las bienaventuranzas.
De manera subyacente también nos habla sobre la paz mental…
Sirvan estas líneas para recordar las injusticias y el desorden en tiempos de Poncio Pilato y Herodes donde el “Proceso de Cristo”, según la monografía jurídica sinóptica de Ignacio Burgoa (Porrúa, 2018), estuvo amañado y al margen de las leyes hebreas y romanas donde injustamente fue condenado.
Texto que recordé en días pasados en un programa de radio que conduce mi amigo el choyerísimo Chucho Montaño.
Y es que el personaje histórico y polémico sin dogmas moralistas condenado injustamente debe servirnos para una mejor convivencia entre unos y otros.
El manifiesto de Jesús es el de las bienaventuranzas que, traducidas a nuestros días podrían ser el manifiesto de “las felicidades invisibles” en una sociedad materialista donde los valores parecen perderse.
La sociedad light que ama tanto lo efímero y superfluo además de las legiones de idiotas que se apoderan de las redes sociales (recordando a Humberto Eco), debemos ponerles un freno.
En política la influencia de Cristo es fundamental si de orientar al gobierno se trata desde un sustrato social de bienestar y paz.
Jesús siempre estuvo del lado de los oprimidos, de los pobres, de los enfermos y leprosos, de las putas y de todos los excluidos apedreados por impuros o pecadores.
Casualmente hoy se conmemora el martirio de Monseñor Romero, Obispo del Salvador y de los pobres que entendió muy bien la filosofía del Jesús que redimía a los olvidados y oprimidos.
Los pobres fueron el centro de su apostolado.
Monseñor Romero sostenía:
“Muchos quisieran que el pobre siempre dijera que es voluntad de Dios vivir pobre. No es voluntad de Dios que unos tengan todo y otros no tengan nada”.
Retomar los valores primigenios del cristianismo (fuera de fundamentalismos), en los cuales se funda y constituye el pensamiento del bien que se traduce en servir al prójimo y dar todo por él es imperativo.
Premisa fundamental en un contexto donde las brechas entre ricos y pobres se acentúan y donde algunos poderosos sostienen (estúpidamente), que el pobre es pobre porque quiere.
¿Y el sistema económico dónde queda?
Hay que acabar con ese “pinche modelo” diría el presidente Andrés Manuel López Obrador.
El papa Francisco está en el mismo tenor además de señalar y fustigar a los obispos que viven como faraones alejados de los pobres y necesitados.
La mafia del poder en México tuvo a dos jerarcas impresentables: Onésimo Cepeda, Obispo de Ecatepec que le encantaba jugar golf y trasladarse en helicóptero y Antonio Chedraui, Obispo de la Iglesia Ortodoxa que en sus fiestas de cumpleaños lograba reunir a todos los sátrapas y ratas del viejo régimen en palabras de la senadora más morena de las morenas Lucia Trasviña.
En estas fechas para todos los cristianos se abre la oportunidad para la reflexión y el balance.
El momento propicio para seguir valorando las enseñanzas de Cristo como las buenas enseñanzas de Buda o Mahoma.
Espacio puntual que abre la oportunidad a la reflexión en el dolor de las vicisitudes de la vida y, en el resurgir como Cristo haciendo el bien y dando la mano al hermano, al pobre y al más necesitado.
@cuauhtecarmona