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Yolanda

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Y cuando estoy aquí, y lo sé, en tierra extraña, entonces, para acompañarme, México es mío.

Yolanda Oreamuno.


Conocí a Yolanda Oreamuno (1916-1956) hace muy poco. Por una feliz desilusión (valga el oxímoron): la FIL de Monterrey, en donde cada vez más se exhiben en sus estantes libros carentes del menor interés humanístico. Entonces me fui directamente a la librería de la UNAM y dentro de sus preciosas colecciones la encontré. Compré su libro no solo por su autoría femenina y mi desconocimiento, sino porque percibí en su título algo que me nombraba: De obscuras extranjerías. Luego supe que, al igual que yo, había abandonado su tierra natal radicándose en México hasta su partida final.

Su país es Costa Rica, donde fue criada por su abuela materna y cursó la secundaria en el Colegio Superior de Señoritas. Allí se graduó como contadora junto a sus estudios de secretaria. En sus primeros 20 años se volvió un referente de la clase alta ilustrada. Nada de esto, no obstante, es importante. Son datos que no la dibujan; ella, hermosa, seductora, podía ser la maga o la bruja, y prefirió desnudar el alma a través de su escritura y publicar su primer cuento en 1936. No era fácil. En una sociedad machista como la de cada uno de nuestros pueblos latinoamericanos, pasaba por mujer fatal antes que por mujer sensible e inteligente.

Es sumamente curioso que en la primera parte del siglo xx, para ser exactos entre 1944 y 1950, América Latina dé a luz una generación de mujeres novelistas que rompen el canon tradicional y, luminosamente, inaugura una ruta literaria que no debiéramos haber olvidado. Me refiero a Yolanda y su novela La ruta de su evasión, aparecida en 1948; Cerca del corazón salvaje, de la judío-brasileña Clarice Lispector, en 1944, y La mujer desnuda, de Armonía Somers, que aparece en su país de origen, Uruguay, en 1950. En las tres novelas, este trío de grandes novelistas rompe con las poéticas tradicionales, abunda en lo femenino, en nuestras etiquetas selladas por la ley patriarcal, y en una ruptura crítica frente a la servidumbre, la dependencia, el carácter menor de todo lo que hacemos, pensamos y creamos las mujeres.

Al igual que la de aquéllas, la vida de Yolanda fue marcada por la enfermedad y la sombra de una soledad creciente cuyo carácter la aisló aún más. Y, como ellas, se rebela y denuncia la situación de la mujer, primero en la sociedad de Costa Rica, luego en otros países con largas estadías, como en Guatemala, donde su gran novela La ruta de su evasión obtuvo el Premio Centroamericano de Novela.

Mucho antes, al trabajar en la embajada de Chile, conoce a su primer marido. Es así como se casa y viaja a Chile a instalarse en aquel lejano sur de los Andes, comenzando a escribir periódicamente como forma de vida y de sustento emocional. Sin embargo, regresa a Costa Rica a causa del suicidio de su esposo, atacado por una enfermedad terminal.

Poco después, y de regreso en su país, vuelve a desposarse, esta vez no con un diplomático seguramente conservador como el chileno, sino con un abogado simpatizante del Partido Comunista Costarricense, quien la introduce en las ideas marxistas, y sobre todo en actividades a favor de la República española en contra de la Falange.

Tutelada por un intelectual y editorialista de la talla de Joaquín García Monge, sus cuentos aparecen en Repertorio Americano, su revista literaria. Al mismo tiempo prosigue su vida hogareña con el nacimiento de su único hijo, lo cual no evita que el tiempo erosione la relación con su marido, que acabará en divorcio.

Sergio Ramírez, el gran escritor nicaragüense la llamó “la admirable Isadora Duncan de la literatura”, lo cual habla de una estética del lenguaje discursivo que rara vez se encuentra en una época en donde todavía los malabares lingüísticos, sintaxis, vocabulario, diseño de la palabra y el ritmo no cumplían en legitimar una poética tan original, que ahora en el 2018 me ha cortado el aliento en varias ocasiones. También fue Sergio Ramírez quien, inspirado en su vida, escribió una novela en 2011 titulada La fugitiva.

Hoy en día poco se nombra a Yolanda Oreamuno salvo en Costa Rica. Al igual que una pléyade de escritoras latinoamericanas, sufre las sombras que ejercen los best sellers del boom latinoamericano, donde ella no cabe, o bien las catedrales erigidas con nombre de Borges, Paz o Cortázar.

Lo cierto es que vivió en exilio, esto también es ejercicio común de nosotras, exilio en las letras, en los espacios públicos, exilio en México como tantos y tantas artistas, exilio interior y exterior en donde si prevalecemos es a causa de nuestra belleza o nuestros amores, pero nunca de nuestro pensamiento crítico. Ella lo tuvo en demasía.

El epitafio de su tumba, allá en Costa Rica, dice así: “Tal vez solo a la muerte se llega demasiado temprano”. Muerta a los 40 años, también la vida y sus contrastes la empujaron a exiliarse de ella cuando todavía no era tiempo.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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