Cuando he conocido a un individuo que me gustaba, o a un hombre al que amaba, le he dicho al primero: ¿Quiere entregarse a mí? Y al otro, ¿Quiere pertenecerme?
Flora Tristán 1803-1844
Para los obreros franceses del siglo XIX, Flora Tristán representó la llama viva de la revolución proletaria, por eso al celebrarla se juntaron de a miles con sus guirnaldas y sus coronas para arrojar en su tumba la flor que llevaban en el ojal.
La Mujer Guía, La Mujer Paria, La Mujer Mesías. Eso y mucho más. Tan poquito que vivió y tanto que se multiplicó en voces y letras para cantar los himnos de libertad y justicia que vendrían mucho después y que en algunos casos, a pesar de la valentía de su imaginación, todavía no se han cumplido.
Nacida en cuna privilegiada, el sostén y el amor de su padre, aristócrata peruano, le dura apenas cuatro años. Acaso es la única época en que no la traiciona el mundo. Luego, al morir éste, desafortunadamente no hay papeles que legitimen su unión con Anne Laisnay, su madre. Será pues y para siempre, hija bastarda, sin nombre, sin identidad, fuera de la ley, como todas las mujeres de la tierra. Y lo que es más sorprendente se obstinará en serlo, en ser la perseguida, la paria, la desesperada, y así recorrerá sus 40 años de vida. Por oposición no habrá quién la detenga. Con una belleza fulgurante que deja sin aliento a los hombres y asusta a las mujeres, con la mirada más intensa, doblega y ofende.
Una vez que queda desamparada y la miseria hunde a su madre y a ella en lo más hediondo de los barrios bajos de París, mientras su madre le repite que un día recibirá la herencia que se merece, vive de la caridad, y sin la menor educación. Entre andrajos, aguas negras, perros sarnosos, Flora se revuelve de asco y a sus 17 años se disfraza de señorita para pedir empleo en el taller de un pintor. André Chazal queda hechizado. La pasión que le despierta es tan violenta que Flora se engrilla a sí misma cuando acepta casarse con él. Su madre es quien la influencia. Flora sabe que nunca podrá amarlo, que ella sueña para sí otros senderos. Sin embargo, ahora madre e hija viven en casa decente, en barrio decente, con ropas decentes. Y por supuesto ha de quedar embarazada.
Tres hijos a los que tampoco amará salvo a la menor, Aline. Flora huye de Chazal, no quiere ser esposa, ni madre, ni nada que se parezca a la servidumbre femenina. ¿Entonces qué quiere ser? Libre, eso quiere ser, interpelar al mundo y ponerlo en cuestión. Pero cómo satisfacer esa recóndita pasión que la obsesiona.
Buscará a su padre, viajará al Perú dejando a sus hijos por varios años, irá en busca del dinero prometido por su madre, para forjarse una vida sin bastardías ni componendas. En Perú es recibida por parientes que la reconocen sin obtener por ello la fortuna que ansía, ni la legitimidad. Su tío la persuade para que acepte una renta al cabo de tres años. Regresa a Francia no con la fortuna que pensaba merecer, pero sí con la experiencia que nunca previó. Otro país, otras costumbres, curiosidad y asombro y su primera obra: Peregrinaciones de una paria.
Publicará la obra. La descripción que hace de las mujeres peruanas, de aquella tierra mítica para los europeos, de los acontecimientos políticos que desgarran un país naciente y en guerra civil la mayor parte del tiempo y la acuciosidad literaria que pone en su escritura le abren las puertas de la intelectualidad francesa. Sin ser George Sand, su contemporánea, pero con las mismas ideas socialistas, sin vestirse de hombre, con los ojos bellos y furibundos se abre paso. Estudia, lee, compara, analiza y crece; crece sin detenerse nunca. Se vuelve escritora siempre con la sombra del marido persiguiéndola.
Escritora de una sola novela, Mephis, que a pesar de ciertos méritos y del beneplácito de una sociedad culta, no la satisface. Tiene que haber un lugar para ella, en alguna parte. Mientras tanto el marido ha podido ubicarla y planea el crimen. La asalta en la calle a mediodía y le pega un tiro entre los omóplatos. Se salva por milagro, la bala nunca podrá ser desalojada de su carne pequeña y enjuta.
Como investigadora viaja a Londres. Allí hace una radiografía de tal precisión que los ingleses la odian y los franceses se regocijan. Es allí también por su curiosidad obsesiva donde advierte los alcances de la Revolución Industrial, cuyas garras se ejercen sobre la mano de obra: niños, mujeres, hombres desgajados en plena vida, trabajando a destajo y llenando los cementerios.
Entonces encuentra por fin su destino, ella, la paria, se sacrificará a los humildes. Ha de estudiar con más ahínco, ha de viajar más, visitando gremios, grupos, fábricas, con su obra mayor Unión Obrera, lanzando la consigna que años después enarbolará Marx: Trabajadores del mundo, uníos.
La muerte se hará presente sin que ella lo note. Por tanta lucha y tanto fuego. A los 40 años. Y además sin saber que será la abuela de Gauguin.