La hipótesis de fondo de esta columna es que, como dice la maldición china, nos tocó vivir en un momento histórico de convulsiones y grandes transformaciones. Una especie de periodo pre-guerra mundial. Somos testigos de una era de inequidad económica extrema, crispación social generalizada, depredación de la naturaleza y el oficio político secuestrado por fanáticos y post-verdades. Por ello lo de “tiempos interesantes”.
Seguramente habrá quien opine que se trata de casualidades: El probable regreso de Trump a la Casa Blanca, la furia derechista de Bolsonaro, el fundamentalismo laico de Recep Tayyip Erdogan en Turquía, las manos ensangrentadas del príncipe saudí Mohammed bin Salman Al Sauda, conocido mundialmente como MBS, la regresión zarista de Putin, el capitalismo imperial de Xi Jinping y el neofascismo de Giorgia Meloni en Italia. O bien, la burda dictadura de Daniel Ortega en Nicaragua, el desastre de Nicolás Maduro en Venezuela… Por no hablar del “mesías tropical” de Macuspana.Ciertamente que el problema no es de un solo país. El ascenso al poder de personajes autoritarios y hasta cierto punto carismáticos es una consecuencia casi natural al amplio desencanto social con el modelo dominante anterior, la magnitud del ecocidio y otros factores. El hecho es que este tipo de autoritarismo populista es la fórmula política ganadora de estos tiempos. Capaces de aprovechar la irrupción de las nuevas tecnologías de las comunicaciones, los tiranos modernos intentan venderse como la reedición de los grandes caudillos del pasado.
No se trata de suspirar por el regreso al liderazgo típico del periodo “neoliberal” de los últimos 40 años, esto es, esa especie de gerentes que cantaban odas al “capitalismo salvaje” y se dejaban untar las manos con la corrupción que fertilizó el crecimiento de los grandes imperios económicos. Pero tampoco deberíamos contentarnos con la nueva versión de líderes populistas que recurren al nacionalismo extremo, la xenofobia y el racismo para reciclar fórmulas peligrosamente parecidas a las de los grandes autócratas del siglo pasado.
El desgaste de las promesas democráticas y la apertura económica que predominaron en buena parte del mundo luego de la Segunda Guerra, nos impide reconocer los avances reales del último siglo. Por ejemplo: un notable crecimiento económico en casi todo el planeta y un aumento, de décadas, en la esperanza de vida de la inmensa mayoría de la población.
Seguramente éste es el peor momento para abogar por las visiones optimistas o posiciones moderadas, sin embargo, quizás justamente por ello, son más necesarias que nunca.
Ni corruptos ni cruzados. Los enormes problemas de la actualidad deberían obligarnos a explorar caminos distintos a las viejas rutas fascistas, revolucionarias o de cualquier radicalismo extremo. La propia fragilidad de las instituciones democráticas debería servirnos de alerta para no confundir la entendible sed de poder de pequeñas élites (nuevas o viejas) con la verdadera “voluntad popular”.
Insisto: el fenómeno de estos nuevos líderes autoritarios y populares no es de un solo país. Los nuevos hombres fuertes de buena cantidad de países han sabido aprovecharse de estos tiempos convulsos. Reducida a una especie de espectáculo mediático, la política se ha convertido en el arte de manipular las emociones de las mayorías. La eterna fórmula del pan y circo, pero ahora a través de un nuevo Coliseo digital. Y eso que apenas estamos conociendo el enorme potencial para engañar y mentir a escala global de las Deep Fakes, la Generative AI y las “benditas redes”.
Profesor de la UNAM