Vengo de una generación que creyó que el PRI mantendría el poder para siempre. "Si a balazos llegamos, a balazos nos tendrán que sacar", habría dicho dos Fidel Velázquez, el eterno líder de la Central de Trabajadores de México. Vengo de una generación que pensó que era imposible imaginar a Televisa sin un Emilio Azcárraga al frente.
Más allá de marcar el punto de que "mis tiempos" fueron y ya no lo son, lo que intento en esta reflexión es subrayar lo evidente: estamos al comienzo de una nueva era y, por lo tanto, debemos tener cuidado con las ideas y herramientas con que en el pasado navegamos por la vida.
No me refiero al tiempo en que los teléfonos estaban amarrados a una pared, en el que ir al banco implicaba la tortura de largas filas y que los encuentros entre presidentes eran, invariablemente, un espectáculo de caravanas mutuas y declaraciones pomposas.
Pienso en el mundo de apenas hace unos pocos años, cuando el comercio globalizado era la moda mundial, cuando la gran preocupación de los expertos en temas sociales era el crecimiento, vertiginoso y al parecer infinito, de la población. Cuando creíamos que el petróleo ya estaba por acabarse y todavía pensábamos que Estados Unidos era el gran referente en el planeta en materia de libertad y democracia.
No me queda claro si cruzamos el Rubicón cuando Michael Jackson era todavía un ídolo de los jóvenes, o cuando Mr. Harvey Weinstein producía las películas más interesantes. Me parece que el punto de inflexión tiene algo que ver con la llegada de un personaje de piel obscura a la Casa Blanca o un argentino jesuita al Vaticano, o quizás esté relacionado con las grandes crisis del capitalismo salvaje de comienzos de siglo, o a lo mejor, con la ampliación de espacios de tolerancia y diversidad en algunas sociedades de algunos países. Pero, por supuesto, no porque se estuvieran cumpliendo alguna profecía estúpida, sino sencillamente porque ya había llegado la hora de cambiar.
El retroceso de un siglo en materia de comercio internacional bien podría ser, como sucedió durante la Gran Depresión, el prólogo de una nueva guerra mundial. Ojalá y no.
Optimista confeso --ni modo--, tampoco puedo aferrarme a la visión de los abuelitos. De verdad no creo que "todo tiempo pasado fue mejor". Para ello, me espero a las tertulias de jubilados y las sobremesas de viejos que, si bien me va, me esperan a la vuelta de la vida.
Lo que sí, estoy convencido de que como sociedad global estamos frente a un escenario francamente aterrador. No de balde la popularidad de las visiones postapocalípticas y la nueva ola de tiranos y populistas que han surgido, como hongos, en tantos países. No de balde la recomposición del orden mundial de acuerdo con las viejas reglas de la ley de la selva.
En lo personal no le tengo demasiado miedo a la llegada de la Inteligencia Artificial Generativa. Herramienta poderosa que, sin duda, remplazará a millones de personas en diversas disciplinas --incluidas las mías--, me parece fascinante pensar en mi condición de testigo frente al paso inminente de un tsunami.
De hecho, me encanta imaginar el arribo de esos paisajes mitad Blade-Runner, mitad Los Supersónicos, en los que la medicina genética, la computación cuántica y las otras nuevas herramientas abrirán nuevos rumbos para esa masa difusa y viscosa que llamamos humanidad.
De vuelta a nuestro México, espero poder reírme pronto con la re afiliación "masiva" de la CTM a las filas del partido de El Estado. También imagino al fan #1 del América, en el palco de honor del estadio Banorte durante el partido inaugural de la Copa del Mundo de futbol, siendo --o no-- el dueño del balón.