Conseguir hoy un proyecto de Presupuesto de Egresos federal o los contratos de obra pública en México es relativamente fácil para cualquiera.
Basta solicitarlo –incluso sin la necesidad de que el solicitante se identifique plenamente– y la oficina pública tiene la obligación de proporcionar la información y si no lo hace los burócratas pueden ser sancionados. Esto no era así hace apenas 20 años.
El manejo y destino del dinero público no era público. Hoy suena increíble, imposible, pero así era. El ciudadano común solo conocía las cifras que quería proporcionar el funcionario en turno.
No había la posibilidad de que el contribuyente común, como usted o como yo, hurgáramos los registros gubernamentales para saber quién pavimentó la calle de mi casa, cuánto costó, qué materiales se aplicaron y cuáles son las garantías de la obra, mucho menos saber cifras tan relevantes como el endeudamiento público o los costos de las grandes obras del gobierno.
Tras años de lucha de académicos, investigadores, periodistas y opositores se orilló a las autoridades mexicanas a aceptar la transparencia, a crear leyes y organismos autónomos que garantizaran la difusión cotidiana de documentos y registros generados por los gobiernos.
También era muy difícil oponerse con éxito a una obra federal. Hace poco más de 20 años comenzó a robustecerse el Poder Judicial al grado que ya se puedan reconsiderar proyectos y medidas gubernamentales que van contra la constitución y los derechos humanos.
Por eso el reciente “decretazo” de Andrés Manuel López Obrador para ocultar toda la documentación de las obras federales por “seguridad nacional” y que obliga a que se le expidan sí o sí todos los permisos no solo es regresivo y reaccionario, es antidemocrático y autoritario. Nos lleva al México de los 70’s donde era casi un delito obtener información que debería ser del dominio público y cuando nadie se podía oponer a las obras federales.
Si a eso le sumamos la imposición de obras gubernamentales, un gasto público desmedido y la escalada de precios no podemos más que reconocer que la cacareada transformación es en realidad una gran regresión histórica, política y económica para México.
Celso Mariño