Estados Unidos ha dejado de ser un país confiable para sus socios en todo el mundo. Y más aún: ha dejado de ser leal, es hoy también un país hostil para sus propios aliados. “La política exterior de Donald Trump funciona con una fórmula sencilla: cuanto más dependes de Estados Unidos, peor te puede tratar”, afirmó The Economist. “Esa es la lección que el mundo debería extraer de una semana devastadora”.
Trump busca humillar y doblegar a sus aliados y sus socios, para después exprimir las ventajas que les pueda sacar. Ese ha sido el patrón en medio de la incertidumbre, como lo han descubierto, estas semanas, países tan distintos como Ucrania y México.
Trump y Vance humillaron al presidente Volodimir Zelenski en la Oficina Oval de la Casa Blanca. No debió haber sido, como lo fue, una sorpresa y un escándalo. Apenas unos días antes, a propósito de la guerra, Estados Unidos había iniciado negociaciones con Rusia, sin invitar a Ucrania; había presionado al gobierno de Kiev para que firmara un acuerdo de reparto de minerales, que equivalía a una extorsión; había llamado dictador al presidente Zelenski; había declarado que el país responsable de la guerra era Ucrania, no Rusia; había consolidado una alianza con Moscú para respaldar una resolución a su favor en las Naciones Unidas.
El caso de México es similar. Fue el blanco de los ataques de Trump desde que asumió la presidencia. Declaró una emergencia en la frontera; ordenó que las bandas criminales del país fueran designadas organizaciones terroristas extranjeras; instruyó a las instituciones del gobierno federal llamar Golfo de América al Golfo de México; amenazó con deportar a todos los que viven sin papeles en Estados Unidos, cinco millones de los cuales son originarios de México; resucitó la política que obliga a nuestro país a dar albergue a todos los que tramitan sus solicitudes de asilo en Estados Unidos; acusó al gobierno de Sheinbaum de estar aliado con los cárteles de la droga; amenazó y aplazó, y después impuso, tarifas de 25 por ciento a los productos de México, mostrando el desprecio que siente por los tratados internacionales, como el T-MEC.
Quien actúa así no es solo el presidente de Estados Unidos. Es el país entero, que eligió a ese presidente, que lo sostiene, que lo defendió durante todos estos años. Había un ambiente de júbilo este martes en el Capitolio, durante la comparecencia de Trump. Los republicanos aplaudían con frenesí; los demócratas parecían derrotados. ¿Por qué no están en las calles los americanos, ahora mismo, para manifestar su repudio a Trump?
No es fácil saber qué hacer, pero antes que nada es necesario reconocer el cambio que ha ocurrido en Estados Unidos. Mi opinión es que México –como Ucrania, como Europa– debe dejar de pensar qué sacrificio hacer para apaciguar a Trump. No sabemos si lo vamos a poder apaciguar. Es imprevisible, es errático. Debemos por el contrario comenzar a pensar qué debemos hacer para protegernos. Reforzar nuestros lazos con América Latina, voltear hacia Europa, acercarnos a China en busca de inversiones, buscar un lugar en la cumbre de los BRICS… Y desde luego, mantener una relación estrecha con los intereses afectados en Estados Unidos por las políticas de Trump.