La prensa de todo el mundo dedicó ayer sus primeras planas a anunciar la noticia de que Trump estaba inclinado por retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París sobre Cambio Climático. Esa decisión, perfilada desde la campaña, fue acelerada por su negativa de sumar a su país al consenso de los líderes mundiales, hecha pública la semana pasada en la cumbre del G-7. Las interpretaciones de lo que podría significar variaban dramáticamente en los periódicos: iban desde las catastróficas (“la decisión enviaría un mensaje devastador al mundo y tendría un efecto dominó”, según El País) hasta las optimistas (“podría ser de hecho mejor si Estados Unidos se retira del Acuerdo de París”, según el Washington Post). Me inclino a pensar como el Washington Post.
Desde hace tiempo leíamos en la prensa que la decisión era acaloradamente debatida en la Casa Blanca; que por dejar el Acuerdo de París estaban los malos, Stephen Bannon, el siniestro estratega en jefe, y Scott Pruitt, el horrible director de la Agencia de Protección Ambiental, y que por permanecer estaban Ivanka y su marido Jared, apoyados por el secretario de Estado (ex director de Exxon, empresa que promueve, hoy, la permanencia del país en el Acuerdo de París). Que fuera discutida así, con esos personajes, una decisión tan delicada y tan grave, tan trascendente para el futuro de la humanidad, para todo el planeta, era un espectáculo difícil de comprender.
El Acuerdo de París es un pacto político que refleja la voluntad de 195 países, los que conforman las Naciones Unidas. No contiene sanciones. Su propósito es evitar que, a fines de este siglo, la temperatura mundial supere los 2 grados sobre niveles preindustriales. Ahora mismo, la temperatura es ya 1 grado superior a esos niveles, con las consecuencias que vemos a nuestro alrededor (el deshielo del Artico, la muerte de los arrecifes de coral en el Pacífico…). Obama firmó el pacto en 2016: ofreció recortar las emisiones de su país entre un 26 y un 28 por ciento para 2025, respecto a los niveles de 2005. Era una buena noticia: Estados Unidos es el segundo emisor de gases de efecto invernadero en el mundo, después de China. Y es, por mucho, el primer emisor en términos relativos a su población.
Los científicos y los activistas insisten en que Estados Unidos debe de permanecer en el Acuerdo de París. Pero al mismo tiempo hay un consenso cada vez mayor en el sentido de que lo mejor para la lucha contra el cambio climático es que salga del pacto. Para poder recortar las emisiones del país, el gobierno de Obama construyó una red de leyes e incentivos que Trump ha desmantelado por completo en estos meses. Es claro que su gobierno no cumplirá los compromisos asumidos, y permanecer en el pacto ignorando ostentosamente los compromisos, hará más mal que bien. Además, si el país permanece adentro, seguirá teniendo voz y voto en sus trabajos y negociaciones, y con ello debilitará el pacto. Por eso es mejor que lo deje. Y por una razón más. Según las encuestas, la inmensa mayoría de los americanos está a favor de permanecer en el Acuerdo de París. Dejarlo provocaría una ola de indignación. ¿Ese es el país que queremos tener, preguntarán muchos americanos, sin compromiso ni liderazgo, aislado como paria del resto del mundo? ¿Ese es el presidente que deseamos?
*Investigador de la UNAM (Cialc)
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