¿Es posible vivir rodeado de lujos… y ser de izquierda? La pregunta es pertinente, pues la izquierda aspira a borrar las diferencias y la derecha a acentuarlas, y el lujo las acentúa. Y la pregunta también es relevante, hoy que la propia Presidenta ha tenido que alzar la voz para decir a sus compañeros de partido que el poder debe ser ejercido con humildad.
En México, la izquierda sufrió la cárcel: hoy está a favor de la prisión preventiva. Buscó ampliar la representación: hoy quiere eliminar los plurinominales. Luchó por la transparencia: hoy defiende la opacidad. Condenó la vida de lujos de los políticos: hoy los imita y los supera. El presidente del Senado viaja en primera clase a Europa; el coordinador de la bancada de Morena y el secretario de Educación beben y comen en restaurantes lujosos y caros en España y Portugal; el secretario de Organización del partido, que dicen que paga todo en efectivo, viaja a Japón en avión y se hospeda en hotel de cinco estrellas en Tokio, donde frecuenta tiendas como Prada.
La historia es implacable. El verbo carrancear, sinónimo de robo, es aún hoy utilizado en México. Con esa fama son recordados los carrancistas, llamados con desprecio carranclanes por el pueblo, abusivos y corruptos, y ladrones, porque utilizaban la revolución en su propio beneficio. En cualquier momento llegaba un individuo con escolta y, sin más trámite que las órdenes de su general, exigía la desocupación inmediata de la casa. Los propietarios tenían que salir de inmediato, dejando todo: ropa, bodega, servicio. El general Obregón hizo suya, así, la mansión de Alberto Braniff en el paseo de la Reforma; el general González la de Fernando de Teresa en Tacubaya; el general Villarreal la de Iñigo Noriega; el general Buelna la de Tomás Braniff; el coronel Breceda la de Enrique Creel, el general Blanco la de Joaquín Casasús. Ninguno de ellos obró movido por un sentido de justicia, ni consideró que todos esos bienes pertenecían a la Nación. Sus móviles eran la codicia y la avaricia.
Las arbitrariedades cometidas por los generales de Carranza los hicieron detestables a todos los habitantes de la Ciudad de México. No solo los ricos lo sufrieron; también los pobres. La circulación del bilimbique —el papel moneda de los carrancistas— acabó con los ahorros de los habitantes más humildes de la capital. “A punta de bayoneta era obligado el pobre a recibir el bilimbique”, escribió José Vasconcelos. “Y a medida en que el bilimbique era impuesto en el público, el gobierno recogía el oro, recogía la plata. No los recogía nada más en la operación normal del cambio, sino que polizontes especiales asaltaban las casas, practicaban cateos y confiscaciones”. El pueblo manifestaba su desprecio con humor, a pesar de sus angustias. Una mañana apareció sobre los muros de la ciudad un pasquín que decía así:
El águila carranclana
es un animal muy cruel;
come plata mexicana
y caga puro papel.
Los carranclanes taparon de inmediato ese pasquín, con promesas de recompensar a quien pudiera delatar al autor. Pero a la mañana siguiente, un nuevo pasquín apareció sobre los muros, bajo el anuncio de la recompensa, que decía lo siguiente:
El pueblo saber propone
en qué moneda se paga,
si en la que el águila come
o en la que el águila caga.