Las encuestas nos dan información sobre muchas cosas que nos importan (el desempleo, la inseguridad, la mortandad), pero es difícil encontrar estadísticas sobre una de las cosas que más nos importan: lo que sentimos. No es especialmente difícil medir nuestros sentimientos, pero es caro hacerlo con exactitud y, sobre todo, es algo que no preocupa a los gobiernos, interesados en muchas cosas, pero no en lo que siente la gente, en parte por creer que lo que siente no puede ser capturado en estadísticas. Esto ha significado que los gobiernos de todo el mundo hayan desatendido una de las tendencias más preocupantes de los últimos tiempos: el crecimiento de la infelicidad en el mundo. Es el tema que aborda Jon Clifton en un artículo escrito por invitación de la revista The Economist. Clifton es el director de Gallup, la empresa que tiene la misión de producir estadísticas que retraten con fidelidad el mundo y la vida.
Gallup comenzó a registrar la infelicidad en el mundo en 2006. “Las emociones negativas —la suma de tensión, tristeza, enojo, ansiedad y dolor físico— llegaron a su punto más alto el año pasado”, dice Clifton. Hoy hay inflación y recesión en todas partes, y hay guerras que amenazan con crecer en el mundo, que aún padece las consecuencias de la pandemia. “Pero el crecimiento global de la infelicidad empezó mucho antes de que la mayoría de estas cosas fueran noticia. De hecho, la infelicidad ha estado creciendo desde hace una década”. Año con año, dice, Gallup entrevista a alrededor de 150 mil personas, en más de 140 países, sobre lo que sienten. “El crecimiento de la infelicidad global tiene sobre todo cinco causas, de acuerdo con la investigación de Gallup: la pobreza, el colapso de la comunidad, el hambre, la soledad y la falta de buen trabajo”. La pobreza es enorme, al grado de que hoy 17 por ciento de las personas encuentra “muy difícil” vivir con el ingreso que tiene, uno de los porcentajes más altos registrados por Gallup. El colapso de la comunidad también es gigantesco: 2 mil millones de personas quisieran vivir fuera de la comunidad en la que viven. El hambre, por su lado, aumenta en todas partes, afecta hoy a más de 30 por ciento de la población mundial (¡cerca de una persona de cada tres!), cuando hace ocho años afectaba a menos de 23 por ciento. La soledad, en particular, no ha dejado de crecer: en los últimos 30 años se ha multiplicado por cinco el número de los hombres (es hoy 15 por ciento) que dice no tener amigos cercanos (“y no es una exageración decir que la soledad es mortal: sube la presión arterial y baja la esperanza de vida (…) tiene un efecto en la salud que es físicamente el equivalente a fumar casi una cajetilla de cigarros al día”). La falta de buen trabajo, en fin, afecta a 19 por ciento de la población, que manifiesta ser miserable en su actividad de todos los días.
Los gobiernos deben enfrentar el crecimiento de la infelicidad, que tiene una historia anterior a la pandemia y el confinamiento, a la inflación, la recesión y la guerra. “Deben empezar a medir sistemáticamente lo que siente la gente, del mismo modo que miden el PIB, la mortandad y el desempleo”. Algunos países ya lo hacen, como Bután y Gran Bretaña.
Carlos Tello DíazInvestigador de la UNAM (Cialc)