En una de las escaramuzas que precedieron la conquista de México-Tenochtitlan, el capitán Hernán Cortés fue capturado, pero rescatado por un muchacho llamado Cristóbal de Guzmán, quien tuvo la desgracia de caer en manos de los mexicas. Su suerte habría de ser recordada para la historia por uno de sus compañeros de armas, Bernal Díaz del Castillo. Sus captores, escribió, “tañían el maldito atambor, que digo otra vez que era el más maldito sonido y más triste que se podía inventar, y sonaba en lejanas tierras, y tañían otros peores instrumentos y cosas diabólicas y tenían grandes lumbres, y daban grandísimos gritos y silbos; y en aquel instante estaban sacrificando nuestros compañeros, de los que habían tomado a Cortés, que supimos que diez días arreo acabaron de sacrificar a todos nuestros soldados, y al postrero dejaron a Cristóbal de Guzmán”. Los españoles habían visto escenas como esa durante meses. Así había escrito ya el mismo Bernal: “Tornó a sonar el atambor muy doloroso de Uichilobos, y otros muchos caracoles y cornetas, y otras como trompetas, y todo el sonido de ellos espantable, y mirábamos al alto cu en donde los tañían. Vimos que llevaban por fuerza las gradas arriba a nuestros compañeros que habían tomado en la derrota que dieron a Cortés, que los llevaban a sacrificar; y desde que ya los tuvieron arriba en una placeta que se hacía en el adoratorio donde estaban sus malditos ídolos, vimos que a muchos de ellos les ponían plumajes en las cabezas y con unos como aventadores les hacían bailar delante del Uichilobos, y después que habían bailado, luego les ponían de espaldas encima de unas piedras, algo delgadas, que tenían hechas para sacrificar, y con unos navajones de pedernal les aserraban por los pechos y les sacaban los corazones bullendo y se los ofrecían a los ídolos que allí presentes tenían, y los cuerpos dábanles con los pies por las gradas abajo; y estaban aguardando abajo otros indios carniceros, que les cortaban brazos y pies, y las caras desollaban, y las adobaron después como cuero de guantes”.
Acababa de caer México-Tenochtitlan. Los españoles tenían en su poder hasta 380 mil pesos de oro, que fundieron y convirtieron en barras. Les pareció poco. ¿Dónde estaba lo demás? “Los oficiales de la Hacienda del Rey nuestro señor”, escribió Díaz del Castillo, “decían y publicaban que Guatemuz lo tenía escondido y que Cortés holgaba de ello porque no lo diese y haberlo todo para sí; y por estas causas acordaron los oficiales de la Real Hacienda de dar tormento a Guatemuz y al señor de Tacuba, que era su primo y gran privado”. ¿Qué sucedió? “Le atormentaron, en que le quemaron los pies con aceite, y al señor de Tacuba”. Cuauhtémoc, tras el tormento, llevó a sus captores a una poza donde fueron sacadas, dice el mismo testimonio, “muchas joyas y piezas de poco valor que eran del mismo Guatemuz”. El señor de Tacuba, a su vez, afirmó que tenía algunas cosas de oro en una de sus casas, que lo llevaran allá y lo entregaría todo. “Fue Pedro de Alvarado y seis soldados, y yo fui en su compañía”, contó Díaz del Castillo, “y cuando llegamos dijo el cacique que por morirse en el camino había dicho aquello y que le matasen, que no tenía oro ni joyas ningunas”.
Carlos Tello Díaz
Investigador de la UNAM (Cialc)