El lavado ritual de las manos es común desde hace miles de años en muchas religiones. Los judíos y los musulmanes lo practican, hoy en día, con regularidad. Pero la idea de que las enfermedades pueden transmitirse por las manos es parte del conocimiento médico desde hace apenas poco más de un siglo, no más. Así nos lo recuerda el caso del hombre al que quiero evocar en estas líneas: el doctor Ignaz Semmelweis, quien vivió a mediados del siglo XIX.
Semmelweis era un médico húngaro de origen alemán que descubrió que la fiebre puerperal, que causaba la muerte de un porcentaje muy alto de mujeres, podía ser disminuida de manera drástica si se desinfectaban las manos de los doctores que trabajaban en las clínicas donde esas mujeres daban a luz. Era el año de 1847. A partir de ese descubrimiento, el doctor propuso a sus colegas médicos lavarse cuidadosamente las manos con una solución de hipoclorito cálcico (también llamada cal clorada). Existe un grabado que inmortaliza ese acto, el de Ignaz Semmelweis lavándose las manos en un lavabo, antes de proceder a operar en la Primera Clínica Obstétrica del Hospital de Viena.
Semmelweis publicó más tarde los resultados de sus investigaciones, que mostraban que el lavado profundo de las manos de los obstetras reducía drásticamente la mortalidad por fiebre puerperal a menos de 1 por ciento de los casos, en tiempos en que la norma era de 18 por ciento. Pero no pudo argumentar su caso. Desconocía, al igual que sus colegas, la existencia de los gérmenes (entre ellos, las bacterias y los virus). Sus observaciones, por lo demás, entraban en conflicto con la opinión médica establecida de su tiempo, que suponía que las enfermedades eran transmitidas por las mismas, los olores en el aire que producía la materia en descomposición. Fue rechazado. Algunos médicos se sintieron ultrajados por la sugerencia de que ellos mismos eran responsables de la muerte de las mujeres que parían, por no lavarse las manos antes de atenderlas. Semmelweis, incomprendido, perdió su trabajo. Tras abandonar Viena, odiado por todos, se ganó la vida por un tiempo como profesor de obstetricia en Budapest. Pero sufrió un colapso nervioso. Fue internado en un asilo psiquiátrico, donde murió poco después, al parecer a causa de una paliza que le dieron sus guardias. Tenía cuarenta y siete años de edad. Existe una bella estatua suya al frente del Hospital SzentRókus de Budapest. Su casa natal es hoy un museo. Pues los descubrimientos de Semmelweis fueron aceptados tras su muerte, cuando Louis Pasteur confirmó que los gérmenes podían causar infecciones. Más adelante, el médico inglés Joseph Lister, siguiendo las investigaciones de Semmelweis, generalizó el uso de los métodos de asepsia y antisepsia en la cirugía. Entre 1890 y 1900, lavarse las manos pasó a ser algo que no solo los doctores, sino todas las personas hacían de manera regular.
Las mujeres, en promedio, tienden a lavarse las manos más y mejor que los hombres. Quizá sea esta una de las razones por las cuales las estadísticas muestran, hoy, que los hombres son más vulnerables que las mujeres al coronavirus. Hay que lavarnos las manos, lavárnoslas bien, regularmente. Es una de las pocas cosas que podemos hacer para detener el avance del covid-19.
Investigador de la UNAM (Cialc)
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