El problema del rey loco tiene que ver con el hecho de que hay jefes de Estado que, por un lado, tienen todo el poder y, por el otro, actúan sin racionalidad. Era común cuando el poder se transmitía de manera hereditaria, como lo fue en Europa hasta finales del siglo XIX. Era asimismo frecuente en los regímenes dictatoriales o totalitarios, que proliferaron en el siglo XX. Pero es también, a veces, un problema de las democracias de hoy, en el siglo XXI (pienso por ejemplo en el presidente Trump).
En la Antigüedad, el ejemplo más célebre es Calígula. Las fuentes que sobreviven (Filón de Alejandría, Suetonio, Flavio Josefo, Séneca) lo describen como un loco. No se sabe si de manera literal o figurada, pero no importa. Nació en el año 12, en Anzio, Italia, con el nombre de Gaius Iulius Caesar. Era hijo de Germánico, el más grande de los generales de Roma. Acompañaba de niño a su padre en sus expediciones de guerra, donde jugaba con las botas de los legionarios (llamadas caligas). Ellos le dieron el sobrenombre de Calígula, o botitas (apodo que, ya emperador, detestaba, según Séneca). En una de esas expediciones, su padre murió, al parecer envenenado por un senador amigo del emperador Tiberio. Calígula tenía siete años de edad. Vivió con su abuela, luego con su bisabuela, vigilado de cerca por Tiberio, a quien siguió durante su estancia en la isla de Capri. Residió seis años ahí, donde ganó la confianza del emperador. En 33 fue hecho cuestor; después sucesor en el trono, que asumió el 16 de marzo de 37.
En el momento de su ascensión, Calígula era querido por el pueblo, por ser hijo de Germánico. Sus primeros actos fueron buenos. Pero en octubre de 37 cayó enfermo. Estuvo al borde de la muerte; logró sobrevivir, pero la enfermedad cambió su reino. Tras recuperar su salud, Calígula ordenó el asesinato de las personas que habían prometido sus vidas a los dioses, si sobrevivía, entre ellos su primo Tiberio Gemelo y su suegro Marco Silano. Despojó de su armadura a la momia de Alejandro Magno, en su mausoleo de Alejandría. Ordenó la construcción de un palacio que flotaba, cuyos vestigios están hoy en el lecho del lago de Nemi. Dispuso a sus tropas en formación de batalla en la costa de Galia, para invadir Britania, pero les ordenó que recogieran conchas de mar (“el tributo que el Océano debía a la Colina Capitolina”, escribió Suetonio en La vida de los doce césares).
En 40, Calígula comenzó a aparecer en público vestido de dios, como Mercurio o como Apolo. Firmaba los documentos del Imperio con el nombre de Júpiter. Mandó construir tres santuarios a sí mismo, dos en Roma y uno en Mileto, y emplazó una estatua suya en el Templo de Jerusalén. Obligó a su pueblo a rendirle culto en vida. Su crueldad y su demencia fueron legendarias. Fue acusado de tener relaciones incestuosas con sus hermanas, Drusila, Agripina y Julia Livila. Quiso nombrar a su caballo Incitatus cónsul de Roma. Suetonio cuenta que lavaba su cuerpo con esencias de flores, que tragaba perlas disueltas en vinagre, que condimentaba con oro sus manjares.
Calígula fue asesinado el 24 de enero de 41 por un grupo de senadores dirigidos por el praefectus Casio Querea, en el Monte Palatino. Murió apuñalado.