La madrugada del 7 de abril de 1996 México perdió, por vez primera en su historia, una hora de vida. Ese domingo, los mexicanos tuvimos que adelantar una hora las manecillas del reloj, por decreto del presidente Ernesto Zedillo. El gobierno había hecho saber a los mexicanos los beneficios del horario de verano. Habría una reducción de uno por ciento del consumo de electricidad en el país; ahorraríamos mil millones de dólares al año. Según una encuesta de Reforma, 61 por ciento de la población estaba de acuerdo con la medida y 14 por ciento en desacuerdo (25 por ciento restante no sabía). Pero las consecuencias fueron inmediatas. Millones de despertadores sonaron una hora tarde, cientos de miles de empleados llegaron a sus trabajos una hora tarde, cientos de amantes llegaron a sus citas de amor una hora tarde.
La gente del campo empezó a hablar de la hora de Dios y la hora del diablo. Estalló una disputa ideológica, pues el horario de verano era identificado con el neoliberalismo. Juan Villoro recuerda en su libro El vértigo horizontal el enfrentamiento, en 2001, entre Vicente Fox, presidente de México, y Andrés Manuel López Obrador, jefe de Gobierno del Distrito Federal. El primero acataba el horario de verano; el segundo lo desacataba. “Como hay avenidas donde una acera está en la Ciudad de México y otra en el área conurbada, que pertenece al Estado de México, se creó la posibilidad de ganar o perder una hora al cruzar la calle”.
El horario de verano tiene su origen en Europa. El constructor inglés William Willett lo concibió en 1905, durante un paseo a caballo previo al desayuno, sorprendido con la cantidad de gente que dormía cuando era ya de día en Londres. En 1907 publicó su propuesta de horario de verano en un libro titulado The Waste of Daylight. Nada ocurrió, hasta la Gran Guerra. El 30 de abril de 1916, Alemania lo aplicó por vez primera, con el fin de tener más luz en las tardes, para ahorrar carbón. Su ejemplo fue seguido de inmediato por Inglaterra, luego por el resto de los países de Europa. Rusia lo adoptó en 1917. Estados Unidos en 1918.
El horario de verano fue siempre controvertido. Los comercios y los restaurantes estaban a favor, al igual que los turistas y los deportistas, pero los agricultores y los dueños de cines y teatros estaban en contra. En México, el 30 de octubre de 2022 terminó el horario de verano tras ser aprobada por el Congreso la Ley de los Husos Horarios. Vivimos desde entonces en horario de invierno, lo cual es maravilloso, pues evita el exceso de luz por las tardes. López Obrador promovió el cambio en México. Putin lo había promovido ya en Rusia. Trump lo quiere promover en Estados Unidos. Los tres tienen razón. Es esencial sincronizar nuestras vidas con la luz del sol, como lo hace Asia y África, y como lo hace ya toda América Latina (con excepción de Chile). El horario de verano lo perturba. “Inmediatamente después del cambio de hora”, afirma The Economist, que promueve su cancelación en Europa y Norteamérica, “la privación de sueño que le sigue se asocia a un aumento del número de infartos, derrames cerebrales y accidentes de tráfico mortales. Aumentan las sobredosis y los errores médicos. Incluso los resultados bursátiles se resienten el lunes siguiente a la introducción del horario de verano”. Mañana 20 de junio es el día más largo del año. Es eterno. Qué bueno que ya no tenemos horario de verano.