Durante el sexenio de Felipe Calderón, cuando arrancó la guerra contra las drogas y explotaron los niveles de violencia y homicidios en todo el país, el gobierno, algunos medios de comunicación —como esta casa—, algunas ONG y consultorías privadas comenzaron a publicar con regularidad el número de muertos. Por día, por semana, por mes.
Había —sigue habiendo— conteos con diferentes metodologías y que cuentan cosas diferentes. El Inegi, el Secretariado de Seguridad Pública, en estos tiempos el reporte diario que se le presenta al Presidente, en otros sexenios un reporte llamado homicidios dolosos presuntamente vinculados a delitos federales y otros.
La transparencia es nuestro derecho. De hecho, yo puse un recurso ante el INAI cuando en el sexenio de Peña Nieto dejaron de publicar el reporte mencionado en la última línea del anterior párrafo, porque midieron que afectaba la imagen del gobierno, recurso que gané y se volvió a hacer público.
En estos años, más de una vez el presidente Andrés Manuel López Obrador ha presumido como acto de transparencia el hecho de que el reporte diario que él ve a las seis de la mañana —“Víctimas reportadas por delito de homicidio (Fiscalías Estatales y Dependencias Federales)”— es público. Y ahora acomodan las comparaciones de cifras para decir que vamos bien.
Los diferentes métodos en los conteos, el del Inegi siempre el más preciso, el “hábito” —es un decir— de muchas fiscalías estatales por el que clasifican mal un homicidio o una muerte, la premura de los reportes cotidianos de las mañanas —aunque su sentido debería ser el de ayudar a reacciones rápidas—; nos terminan dando una danza de cifras.
Pondré un ejemplo: El Inegi, siempre el más preciso pero el más tardío, reportó 36 mil 773 homicidios en 2020 y en 2021, 35 mil 700. En el reporte diario para la reunión de Palacio Nacional sumaron 25 mil 512 y 28 mil 160 respectivamente. Leo el fin de semana en varios medios: 520 muertos en seis días (por el dato del informe diario del gabinete de seguridad).
Y me pregunto si todos esos números no son parte de lo que nos ha desensibilizado, lo que ha “normalizado” la tragedia.
Carlos Puig@puigcarlos