1. Para ser un buen narrador hay que tener el espíritu templado, como un buen boxeador –pienso en Cassius Clay / Muhammad Ali: hay que saber correr por el cuadrilátero, manejar la distancia con el contrincante, orientarse entre el encordado y el réferi; saber moverse a un ritmo, saber pegar, en dónde y cuándo, y sobre todo tener la firme decisión de ganar, porque, aunque no parezca obvio, hay quienes saben todo lo anterior, pero les falta la decisión de ganar.
Hay una diferencia de la tierra al cielo entre quien sube a ganar y quien sube sólo a boxear o por el dinero que pagan, y eso puede verse y saber desde el principio quien va a ganar la pelea.
De la misma manera, un buen narrador hace lo mismo: se impone un tema, lo trabaja mentalmente hasta que lo hace suyo completamente, lo redacta y lo corrige, apoyado con un buen diccionario y con uno o dos libros de consulta.
En todos ellos puede haber o no la firme decisión del triunfo. En esta decisión es en donde entran todos sus prejuicios y sus problemas no resueltos. Es un terreno definitorio en el que muchos se quedan varados, aunque escriban.
2. Hay muchos dedicados al boxeo en un gimnasio; unos con más tiempo de entrenamiento que otros, unos con más habilidad que otros, pero todos bajo la dirección de un entrenador.
Nadie se mete con nadie ni quiere tomar el lugar de ningún otro, pero si llega a ocurrir será obligado a abandonar el gimnasio, será desterrado.
Hay buenos y hay malos, pero, sobre todo, hay de diferentes pesos y nunca hay enfrentamientos entre unos pesos y otros, aunque ha habido peleas entre uno que quiere pasar a un peso mayor y uno que ya está en él, pero eso no es frecuente.
3. Hay buenos y malos narradores. Incluso hay narradores de uno o dos libros, aunque escriban 50 o 60 títulos diferentes. Sin embargo, así como los deportistas se "queman" por el exceso de trabajo, también los narradores se queman por ese mismo exceso, aunque por la creencia de que el trabajo intelectual no sufre de fatiga laboral nadie observa el declive que registran los relatos de un narrador al que se le ha considerado uno de los buenos.
La creencia enceguece, sin duda.
Un narrador en la cumbre, así como Muhammad Ali en el boxeo, tendría que retirarse para dejar el paso a las nuevas voces, o padecer como el mejor boxeador de todos los tiempos un mal de Parkinson hasta su muerte.