Si el producto es gratis, nosotros somos el producto. Vivimos en una “economía de la atención”, donde el recurso más valioso -y monetizado- es el tiempo que le dedicamos a las pantallas. La batalla global por la atención la ha ganado TikTok.
Esta popular app, de la empresa china Byte Dance, se ha vuelto tan poderosa que es considerada un riesgo político para las democracias occidentales, sobre todo para EEUU. A finales de abril el presidente Joe Biden firmó una ley, aprobada por el Senado, que mandata la venta de TiKTok a una empresa no China, so pena de prohibirla.
La preocupación es legítima. Más allá de los intereses comerciales, es un tema de seguridad nacional. A nivel global TikTok tiene 1,600 millones de usuarios activos al mes; ¡20% de la población global! EEUU es el país, por mucho, con más usuarios, 170 millones; más de la mitad de su población y prácticamente 100% de los jóvenes. En México TikTok tiene 74 millones de usuarios, 58% de la población.
¿Y cual es el problema con la app de los trends? Que ha dejado de ser una vía para el entretenimiento y es ya la empresa de información -y desinformación- más grande del planeta. Me consta, las niñas y los jóvenes de hoy no solo se divierten, además se informan y politizan vía TikToks.
El algoritmo de TikTok es un activo estratégico que ofrece acceso y control a la mente de las personas, a la forma en que se distribuye y consume información. Donde la desinformación es una amenaza global, la dependencia excesiva a tecnologías controladas por actores extranjeros, sobre todo cuando no son democracias liberales, supone riesgos significativos. Comprensible que se busque contrarrestar cualquier influencia.
Irónicamente, la reacción de Byte Dance confirmó que es un riesgo para la democracia: sus anuncios focalizados para movilizar a los jóvenes solo lograron unir a la clase política norteamericana en contra de la intervención extranjera en la política interna.
Quién lo diría. Mientras Pekín clama justicia y libertad para TikTok en EEUU, mantiene un férreo control sobre el acceso a la información dentro de sus propias fronteras. La verdadera batalla es por la supremacía digital y la influencia global.