Cultura

Verdades a secas

Quién iba a decir que llegaría el momento en que tuviéramos que dudar de todo aquello que se nos presenta. Y no hablo de la duda metódica que con tanto empeño defendió Descartes. Me refiero a las certezas que se derivan de la realidad, que lo mismo pueden ostentar algún sentido verificable, que adolecer de la más elemental certidumbre, pero que podrían en cualquier instante ser más verídicos que las certezas mismas.

“¿A quién va a creer, a mí o a sus propios ojos?”, pregunta Groucho Marx en la cinta Sopa de gansos, al tiempo de configurar una de sus clásicas sentencias. “La neta es chida, pero inalcanzable”, esbozan los charolastras en Y tu mamá también, a partir de su manifiesto pubertino. En tanto que en Fuera del cielo Demián Bichir, El Malboro, abre su corazón mientras murmura “Digo, digo una verdad”, para posteriormente escupir alguna de ellas con forma de puño.

El personaje de Jack Nicholson en Cuestión de honor le grita a un eufórico Daniel Kaffee, encarnado por Tom Cruise, que no puede lidiar con la verdad. Y en Mentiras verdaderas a Jamie Lee Curtis, en plan de abnegada madre de familia, se le cae en pedazos la vida cuando descubre que Schwarzenegger, el esposo oficinista, es en realidad un espía de altos vuelos.

La cultura popular está plagada del recurso de la veracidad como herramienta para esbozar poder, pero también para traducirse en el último reducto de moralidad en un mundo perverso y, ciertamente, mentiroso. Joaquín Sabina canta que hay mentiras, más de cien, que valen la pena. Y claro que a la humanidad nos conviene pensar que es mejor la falsedad que maquilla ciertas cosas a la aseveración que nos deja en paños menores.

El problema es que la vida diaria es menos romantizable que las canciones y las películas. Y aunque en ambos mundos hay lo mismo villanos que ingenuos, en este multiverso citadino la fidelidad a medias o el embuste completa adquiere un matiz de narrativa oficiosa que suele estar del lado de quienes dictan cómo se han de contar las cosas. Ese constructo facineroso llamado posverdad, que funciona para permitir que los bribones se salgan con la suya contando las cosas a conveniencia.

Y que, a pesar de requerir algún sentido de la creatividad, es más bien una herramienta fársica y burda para salirle al paso al presente. Leonard Cohen musita con voz de viejo pastor inglés en la canción Be for real “I don’t give a Damm about the truth, except for the naked truth”. Con la salvedad de que se nos libre de que ciertas desnudeces no sean tan democráticas ni tan explícitas, uno esperaría que la verdad, como reza el adagio nos hiciera libres. Pero al parecer hay entes que se afanan en volverla nebulosa, utilitaria e inaccesible.


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Carlos Gutiérrez
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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