Eran los años previos a la punzada para los chavales que acusábamos tiernos 11 años. Lo que estaba por ocurrir iba a establecer una situación más que novedosa para aquel salón de clases de sexto primaria, cuyos integrantes estaban en la mayoría de los casos poco o nada habituados al rigor social. El premio por salir bien en la escuela implicaba salir de la burbuja infantil y aproximarse al mundo de los grandes.
El nombre de la maestra era Yolanda y entre otras muchas cualidades sentía una enorme pasión por su trabajo, lo desempeñaba con una eficacia digna de reconocerse y contaba con una calidez humana que tendría que haber sido imitada por varias de sus colegas de por aquellos tiempos, en los que lo usual era la tosca disciplina, distinta y distante de las hipercuidadas formas que se estilan hoy.
La docente en cuestión había considerado premiar a los escolapios más aventajados asistiendo a una reunión en el único Vip’s que había por aquellos tiempos, en la aún transitable Toluca. El requisito para estar en ese sitio y disfrutar de una bebida, que evidentemente no iba a ser un café, sino en el más radical de los casos una decadente leche malteada, era haber tenido calificaciones algo más que decorosas.
Desconozco si La Seño Yola tenía contempladas las repercusiones de semejante acto, pero algo en el fondo me dice que sabía perfectamente lo que estaba provocando en ese grupo de escuincles cuando fomentaba, además de la recompensa a haberse quemado las pestañas estudiando, el desarrollo de competencias que serían de mucha ayuda en la vida. Eso que se suele llamar habilidades blandas, en especial aprender a conducirse como ser humano medianamente funcional.
Cada que paso por la sede de aquel cafetín, me queda claro el sentido que la cultura del café y de otras beberecuas propician en la experiencia de la socialización. Y recuerdo, no sin nostalgia, aquella experiencia que llevó a esos chamacos hace 40 años a conocer por primera ocasión y lejos del cobijo parental el alfombrado del sitio, el mobiliario para compartir conversación y la iluminación muy al estilo de aquellos tiempos.
Eros Ramazzotti tiene una historia que bien podría funcionar como la banda sonora de un relato como éste. En el disco “En todos los sentidos” hay una historia de quien agradece haber sido tocado por alguien que consagró su vida a la formación de las personas. “Y es que hoy, mi querida profe, ves como tu hijo llegará a maestro. ¿Dónde estarán mis compañeros?, se repartieron por la vida, son los mejores, los primeros y algo, querida profe, fue por ti”.