Es curioso por donde se le vea. Dos egregios representantes de la culinaria mexicana comparten suerte en el siempre jubiloso calendario de este lugar sin límites. Hablo de Su pachona majestad el pambazo y del no menos calórico y apachurrable tamal.
Las dos delicias tienen cosas en común, además de la proclividad de sumar kilos a los entusiastas de la gula y de representar dignamente el sazón azteca, cuentan con una coyuntura anual en la que se vuelven protagonistas.
El 15 de septiembre representa la ocasión propicia para que el rechoncho antojito reciba la inusual atención de la que carece el resto del año. Situación semejante atraviesa el embajador de la mazorca, la manteca y otros sospechosos comunes como chile verde, mole rojo y rajas el Día de la Candelaria.
No deja de ser peculiar que teniendo ambas delicias a la mano 364 días más, los parroquianos terminen sucumbiendo a la tentación festiva y aumenten la demanda en esas ocasiones. Absurdo por donde se le vea, pero costumbre al fin y al cabo y por ende inmune al pensamiento crítico.
Y al mismo tiempo fecunda para el imaginario tricolor que se las ha arreglado para incluir a uno y otro en su narrativa cotidiana. De ahí el éxito que tienen ambos manjares y la demanda casi enfermiza de la que llegan a ser objeto.
Por azares de la temporada mi mente está centrada en el tamal, y mientras me resisto a la tentación de zamparme uno, la misma se desvanece nomás de pensar en el viacrucis que implica adquirirlo. Filas de antojadizos que pudiendo elegir otro día engordan el caldo por amor al onomástico y a la inercia borreguera.
En lugar de sumarme a las escenas dantescas de la espera mastico la fraseología tenochca alrededor del antojito: “Parece tamal mal amarrado”, le dicen al que osa ponerse vestiduras estrechas en una corporeidad con curvas amplias.
“Al que obra mal se le pudre el tamal”, aplicado al ente méndigo a quien el destino le tiene guardada su lección. O la infaltable de “El que nace para tamal del cielo le caen las hojas”, que colabora en la idea de que vocación es destino, muévase para donde se mueva.
Y qué decir de “Tener brazo de tamalera”, en torno a la frondosa fémina que dadas las proporciones de sus bíceps y, sobre todo, tríceps, se ostenta desafiante y superdotada. O “Medir el agua a los tamales”, para señalar que aquel que avisa, además de no ser traidor, es iniciado en baño María.
Por eso significa tanto el asunto en la cultura mexicana, porque aporta su dotación de fruta a la piñata, suma a los festines sacrosantos y da al tragaldabas razones para festejar sin pudor alguno. No por nada la fecha está inserta en el ADN nacional. Los iniciados lo entienden, sin maíz no hay país.