El domingo pasado, los mexicanos estuvimos al pendiente de lo que pasaba en una ceremonia donde se presagiaba la consolidación de un mexicano exitoso, Alfonso Cuarón.
Su película Roma, la película de manufactura mexicana más premiada de todos los tiempos, se alzaba como una de las favoritas de la noche. Y Roma lo logró.
Porque es importante Roma, sin entrar en los detalles de la trama, ni la majestuosidad de su fotografía o la temática que retrata una de las situaciones más íntimas de la sociedad mexicana, Roma es la representación de la enjundia Mexicana.
No estoy hablando de la trama de la película, que tiene sus historias de ensueño como la que vive en estos momentos la actriz Yalitza Aparicio, hablo del proyecto de un mexicano, que decide hacer caso a lo que su corazón le demanda y decide embarcarse en un proyecto, para contarnos su historia, a su modo, a su manera y tener la confianza en su talento y en su trabajo, sabedor de que lo que está haciendo, lo hace bien.
Ese es el ingenio, la creatividad, la imaginación, y sobre todo, el coraje de un mexicano por hacer bien las cosas.
Nuestro país está repleto de talento, de cuarones y aparicios, pero muchas veces no es talento lo que falta, a veces lo que falta es creer en nosotros mismos. No he visto en redes sociales que alguien se mofe de la trayectoria o del trabajo de Cuarón.
Sin embargo, el caso con Yalitza es diferente, es imposible saber si logrará trascender más allá de la noche del pasado domingo o si se convierte en un One hit wonder más, pero las burlas y críticas de las que ha sido objeto, han salido principalmente de los mismos mexicanos. Somos nosotros mismos, los mexicanos, los primeros que tendemos a demeritar el éxito de nuestros compatriotas, y eso no nos va a ayudar en nada.
Esperemos que lo más pronto posible cambiemos ese pensar, que veamos en el éxito del prójimo, las posibilidades infinitas que tenemos cada uno de nosotros para trascender, siguiendo simplemente nuestros sueños. Creyendo en nosotros, todos los caminos conducen a Roma.