En estos días, un tema que ha marcado la agenda es la aprobación o no, de la reforma energética promovida por el ejecutivo.
Una reforma que tiene, como es costumbre viniendo de palacio nacional, tintes electorales y de polarización.
Fiel a sus berrinches, nuestro tlatoani acusa de nueva cuenta corruptelas e ineficiencia, derivados de una reforma energética del 2013, y pretende regresarnos décadas en el pasado, para según él, fincar nuestro futuro.
Seguramente escucharemos ese discurso gastado, aburrido, donde se ensalzan los términos de “soberanía nacional”, “respeto a la envestidura” y “defensor del pueblo” todo con tal de salirse con la suya, así se gobierna México.
López Obrador no quiere darse cuenta de que la CFE no cuenta con la infraestructura necesaria para satisfacer al 100% la demanda de energía.
Requiere forzosamente de inversión privada. Incluso ahora adquirir energía en una central propia de CFE es más costoso que si se compra a generadores independientes.
Con esta reforma estaríamos recibiendo energía a precio más elevado y la única manera de sobrellevar este alto costo, es recurrir a los subsidios o que el usuario final sea quien absorba el precio, en ambos casos el ciudadano sale perdiendo.
Por otro lado, debemos tomar en cuenta el elevadísimo costo ambiental que esto conlleva al dejar de lado la generación de energías limpias y promoviendo el uso de combustibles fósiles, así como el tremendo costo económico, con aproximadamente 19,000 millones de dólares en riesgo de inversión y multas por la cancelación de contratos e incumplimiento de algunos puntos del T-MEC.
Ahora bien, esta nueva reforma no garantiza acabar con la corrupción, suponiendo que ese fuera su razón de ser, por el contrario, la fomenta, ya que, al no haber transparencia, se abre la posibilidad de continuar con las adjudicaciones directas, que tanto le gustan a la 4T, para la cesión de contratos a gente cercana al gobierno. Si no me cree, solo recuerde a Bartlett, su hijo y el IMSS.
Lejos de buscar el desarrollo armonioso de nuestro país, esta reforma energética es un producto electoral más de nuestro mandamás, con el que pretende recuperar lo perdido en este 2021.
Primero lanza una propuesta sin pies y cabeza, sabedor de que no se aprobará, enviando un dardo envenenado al poder legislativo.
Si se rechaza, le darían a AMLO la posibilidad de seguir victimizándose y acusando a sus enemigos políticos.
Ahora bien, si se aprueba, lo catapulta como el salvador de la nación y de paso atesta un golpe mortal a su principal enemigo electoral que es la alianza “va por México”, ya que esta reforma solo podría ser aprobada con el apoyo de legisladores de este grupo electoral y eso conllevaría a su ruptura.
Desde hace tres años, tenemos a un presidente, que siguen en campaña eterna y que no puede dejar su cantaleta de corrupción, neoliberalismo y enemigos del pasado, para poder enarbolar sus caóticos proyectos de desarrollo, fundamentados en sus “otros datos”, sus verdades a medias, sus mentiras consumadas y la necesidad de perpetuar su influencia en el poder.