No le gusta que le llamen ‘primer actor’. Pero José Carlos Ruiz… se cuece aparte. Tiene eso que muy pocos han alcanzado en la historia del cine mexicano: empaque, trayectoria, edad, prestigio… rango.
Es actor preferido de los actores, de los directores, de los productores y de un público que gusta de ese cine bien hecho… del que prevalece. Con más de sesenta años de ‘sobre la tabla’, no es uno más.
Sus padres murieron trágicamente en un accidente automovilístico cuando él tenía 10 años de edad. A partir de ahí habría que hacer la película de un niño huérfano, que criado en la más dura pobreza por doña Cata, la abuela, se metía casi todos los días de casi toda la infancia al cine Universal en la colonia San Rafael, para evadir la realidad. Para salvarse.
Con 5 centavos se compraba una telera, le metía una enchilada -también de a quinto; cinco centavos más para un pecaminoso tepache y otro quinto de pepitas. Llevamos 20 centavos… más 30 del boleto en luneta: “… y a volar con un tostón”. Cuando lo cuenta, voltea hacia arriba, abre los brazos y baja los párpados.
Muy divertidamente suele narrar cómo entraba a ver ‘Casablanca’ y salía convertido en Humphrey Bogart, igual que iba a ver una de Jorge Negrete “y salía a caballo, ¡con Gloria Marín, María Félix, Elsa Aguirre o Miroslava, en ancas!”
Así, parió una de las más bellas frases que rinden tributo a la industria de la pantalla grande: “yo no fui a la escuela… fui al cine”. Frase grabada en la base de ese pedestal en el que muchos lo tenemos.
Iniciado como estudiante de la escuela de teatro de Bellas Artes, fue alumno de Seki Sano, Salvador Novo, André Moreau o Fernando Wagner. Y en su paso por los escenarios ha realizado unas 60 obras que le dieron la solidez que le da a un actor hacer a los griegos… Aristófanes, Eurípides, Sófocles, lo mismo que a Shakespeare o Chéjov. Su poderío no es gratuito.
Dirigido entre otros por Felipe Cazals, Jorge Fons, Carlos Enrique Taboada, Juan Antonio de la Riva, Roberto Sneider, Diego López, Daniel Gruener… es notable lo consumado.
Rebosante de talento, disciplina y oficio, no se mueve en la tierra floja de las luces y los espejos... camina sereno en el terreno de la congruencia, siempre diciendo algo. En su filmografía encontramos historias que tienen que ver con la denuncia o con la reivindicación, especialmente de los más débiles y de las clases trabajadoras.
Así en su debut cinematográfico, Viento negro (1965)… aquella historia con la tragedia de unos trabajadores construyendo las vías del tren en medio del desierto de Altar, en Sonora; y su cruda participación en El apando... ese infierno sobre un drogadicto preso que escribió José Revueltas desde las crujías de la cárcel Lecumberri.
Hizo El valle de los miserables, que narra la represión a que eran sometidos en Oaxaca quienes se rebelaban al régimen de Porfirio Díaz... y Las Actas de Marusia, abordando el aplastamiento de una huelga minera en 1925, en Chile… donde masacraron a 500 trabajadores. Valiente película realizada allá y en pleno régimen de Pinochet. Con Ignacio López Tarso hizo en 1976 al 'Jacinto' de Los albañiles, la novela de Vicente Leñero llevada al teatro y luego al cine.
Ha encarnando a los personajes más complejos… envueltos en tormentos y emociones. Como tarea, para conocerlo -porque es una actor de los que hay que conocer-: está magistral como ‘el Carajo’... como ‘el Carajo’ que hizo, decíamos, en El apando; magistral como el ‘Jacinto Martínez’ de Los albañiles, magistral en aquella cinta de El mil usos a lado de Héctor Suárez; magistral en Salvador -dirigido por Oliver Stone- como el arzobispo Óscar Arnulfo Romero… asesinado activista salvadoreño de los derechos humanos; magistral como ‘Tarragona’ en Dos Crímenes… como el proyeccionista ‘Francisco’ en Vidas errantes, como el ‘Emiliano’ de El último trago, como el ‘Lino’ en Almacenados; insuperable hasta que se nos aparece él mismo, ya con 80 años de edad, en Tormentero... haciendo al loco ‘don Rome’, un pescador alcohólico y atormentado que descubre un yacimiento de petróleo y acaba con la vida simple y la belleza de una localidad. Y bueno, como el ‘Goitia’… que logró en Un dios para sí mismo, para el que durante 10 meses se dejó crecer barba, cabello y espíritu.

De tarea también. Es obligatorio ver o volver a ver un par de cortometrajes para confirmar el tamaño de Ruiz: Benjamín con Enoc Leaño. Y De jazmín en flor, con Dino García (acá se lo dejo… al rato lo ven completo)
Desde los tiempos de los teleteatros ha sido brillante su presencia para el gran público de la TV a través de las telenovelas, destacándose especialmente su trabajo en las históricas… La Constitución a lado de María Félix; Los bandidos de Río Frío -basada en la novela de Manuel Paynó- La tormenta, Los caudillos y, desde luego, aquellas dos producidas por Ernesto Alonso en que interpretó como nadie más lo ha hecho a Benito Juárez. Primero, en 1965 como el villano de la historia en Maximiliano y Carlota y luego en 1972, para redimirlo en El carruaje… personaje que para bien y para mal lo marcaría durante muchos años (“… no, ahorita no tenemos chamba de Juárez, señor Ruiz”). Con inteligente sentido del humor, en un Festival de Cine de Guadalajara se le presentó diciendo, en alusión al famoso danzón, “si Juárez no hubiera muerto... sería José Carlos Ruiz”.

En diversos teatros leyó en voz alta la obra de (y ante) Rulfo, Arreola, Paz o Vargas Llosa… que lo aplaudieron desde la butaca. García Márquez le celebró su actuación en El año de la peste que dirigió Felipe Cazals. Y es lector voraz en voz baja, especialmente de poesía latinoamericana… de César Vallejo, de Neruda, de Nicolás Guillén… quien una tarde le declamó cara a cara en La Habana aquello de “¿soldado, por qué dices tú que te odio yo? / si yo soy tú, si tú eres yo / ¿soldado, por qué dices tú que te odio yo?”.
Hombre de pocos amigos… esos con los que comparte el Tesoro de Don Felipe -buen tequila-, pocos saben ciertas cosas que son algo más que curiosidades. Toca la guitarra y compone. Es autor de ‘La sortija’… tema ranchero que la Sonora Santanera convirtió en éxito tropical.
Marco Antonio Muñiz le pidió un tema y escribió… ‘Pregúntale a tu soledad’, mas por distracción nunca se la llevó: “he sido muy mal padre de una 40 canciones”. Sabe además de arte plástico. Pinta -muy bien- y siempre llega a la casa de los cuates con algún pequeño cuadro escogido, de él o de alguien más.
Melómano de tiempo completo, se encierra todos los días en su pequeño y bello estudio con ‘Alexa’… a solas, para pedirle algo de Ravel, de Mahler o un buen tango, ante su antiguo escritorio de cortina, en el que escribió un libro recientemente publicado con el título perfecto: Correas de un mismo cuero… -prologado por Juan Villoro-. Dentro, 15 poemas y 24 relatos cortos donde se pueden leer frases como, por ejemplo: “… pareces mía y sin embargo, qué insondable y ajena, qué distinta y distante cuando te callas... y yo desaparezco”. O “Ya te ultimaron Zapata... ya quedó viuda la tierra”. Y la oda a un gato… ‘Sonata en miau menor’: “Furtivo, acariciando apenas / el piso con su paso / apareció apareando / su sombra con la sombra”.
Y sobre eso de estar con vida: “… lo que haiga más pa’ allá vale sombrilla, mientras el corazón se estire y se afloje según le llueva al alma. Así, hasta el día que algún voluntarioso le sople a la vela y se nos haga de noche para siempre. Amén”. ¡Carajo, “Carajo”!
Nacido el 17 de noviembre de 1936, José Carlos Ruiz a sus muy celebrados 84 años es algo más que bandera venerable de la mexicanidad. Fuerte. Como su rostro de piedra y sus manos de tierra. Sabio. Colecciona juguetes antiguos… como si cada uno fuera la sonrisa de un niño pobre. Al que le siguen brillando los ojos.