Refinado, caballero, educado al extremo en su trato personal. Nunca ofendió a nadie.
Qué ganas de hablar en serio de este loco, y no nada más del otro. Le gustaban las camionetas. Era común encontrárselo hace muchos años en aquellas tipo Ranchero (un auto convertido en Pick-Up)... con una cornetita en la mano, que sonaba ante el saludo de quien lo iba reconociendo en el tráfico. El último chiste que le vi fue hace unos años en la esquina de Insurgentes y Álvaro Obregón. Iba en una guaruresca Jeep Commander roja... con la picardía perpetua de un niño travieso, se pasó el alto y se dio la vuelta prohibida. Al reconocerlo toqué el claxon una y otra y otra vez. Creyó que era reclamo, bajó el vidrio para defenderse y ya de ventana a ventana, al vernos, se rió, puso el índice sobre la boca como diciendo cállate porque me van a agarrar... y luego nos mandamos un beso.
A partir de hoy, Manuel Valdés tendría que estar en la Rotonda de los Personajes Populares que no existe, como uno de sus más notables huéspedes. "¿Sabes? Mi hermano, don Germán, sólo cometió un error en su vida: morirse", me dijo alguna vez sobre Tin Tan en una de las muchas tardes-noches-madrugadas compartidas dentro del camerino 77 del "Blanquita", mientras jugábamos ‘mentirosa’ con los dados. Ahora resulta que este loco, entrañable, ha caído en el mismo desacierto... grave... e irremediable.

De todas sus virtudes, pocos hablarán de la mayor de ellas, que era la de cantar boleros. Se los sabía todos y se transformaba... en su verdadero ‘él’. Sus preferidos eran 'Te me olvidas' de Vicente Garrido y 'No puedo ser feliz', de Adolfo Guzmán... éxito de Bola de Nieve. Este loco del que hablo y no el otro, tenía un color de voz bellísimo y los cantaba con el alma el (no) infeliz.
Naturalmente cantaba otros temas humorísticos... en sus terrenos. Fue famosa su grabación del Médico Brujo, pero quedó un registro que circula en YouTube de El Pichicuás, a dueto con Chava Flores -su autor- y su eterno amigo Mauricio Garcés. Una joya, donde se confirman, en 2 minutos y medio, todas las virtudes combinadas de este loco... de este loco encantador.
En la memoria colectiva quedará aquel lobo feroz que hizo enfundado en una botarga y sin que se le viera la cara jamás, cuando aquella trilogía sesentera que culminó con "Caperucita y Pulgarcito contra los monstruos". Del blanco y negro queda aquella cinta de "Dos fantasmas y una muchacha", donde él y Tin Tan (López y Pérez), eran los espíritus chocarreros de un teatro que peleaban por el amor de la muchacha (Ana Luisa Peluffo).
Su sitio y su momento, los encontró en la TV de los años 70... Variedades del Mediodía, La hora del Loco, El show del Loco... su talento lo llevó a convertirse en el papá o ahora abuelo, del stand up de este país. No tenía límites... sabía hacer uso de la simpleza y de la irreverencia. Sabía ultimadamente dónde estaba parado... y que el Tigre Azcárraga era su compadre. Con eso le alcanzaba para pecar en los censurables tiempos echeverristas y aventarse aquella inocentada del presidente bombero 'Bomberito Juárez'... "pero por lo en serio se armó el escándalo en Gobernación, fue por la segunda parte del chiste", y se volvía a reír: "¿... y saben quién era su ayudante principal?... ¡Manguerita Maza de Juárez!
Memorables en Ensalada de locos los cuadros que hizo con Héctor Lechuga de 'Andrea y Maritza... las hermanitas Mibanco' (parodia de aquellas ancianas estafadoras Hermanitas Vivanco que hicieron Prudencia Griffel y Sara García en el cine).
En la memoria, los sketches western de ‘El Buenote’ (el Loco), ‘el Feote’ (Alejandro Suárez) y ‘el Malito’ (Lechuga, que siempre estaba enfermo de la panza). Pasan los años y no se olvida al Loco improvisando y presumiendo su pistola, como la más fina "... porque tiene gatillo de angora". En ese tono limpio, sencillo y genial, siempre.
Memoria deja también en el teatro. En los años 80 deslumbró como el Capitán Garfio en Peter Pan (favor de imaginárselo, magistral). Y luego, generaciones lo vimos muchos noviembres en el Teatro Ferrocarrilero haciendo al Don Luis Mejía en el "Tenorio Cómico", del que fue pionero con Paco Malgesto (Don Juan), y la muerte de éste, con Paco Stanley.
Derivó en tradición nacional las espera de ingeniosas apuestas que a lo largo de más de 40 años hizo con su compadre, el comediante Sergio Corona, tras los partidos América-Chivas, y pagaderas en ridículos públicos del perdedor. El América también se queda sin su más querido promotor de todos los tiempos.
En 2014 lo vi brillar de otra manera en el teatro San Jerónimo, como nunca jamás lo había hecho, en "Aeroplanos"... una obra argentina para dos personajes: Ignacio López Tarso que tenía 89 años y Manuel Valdés, que tenía 83. En la trama, dos ancianos juegan a ser niños y abren los brazos y vuelan sobre el escenario. López Tarso, enorme, como siempre. Valdés, del tamaño de don Ignacio. Conmovedor.
Será que hoy caben aquellos versos de Alberto Cortez, en el feliz recuerdo de este loco... de este loco.
"Mas él alzó sus sueños hacia el cielo / y poco a poco, fue ganando altura / y los demás, quedaron en el suelo... guardando la cordu-u-ra".
Tan tan.